Pantagruélicas: literatura y gastronomía

El inquietante menú de Aura

/por Julieta López Olalde/

 

Aura es una pequeña obra maestra escrita hace más de medio siglo, pero cuyo eco sigue resonando en la cultura mexicana. Si se pudiera definir esta pieza narrativa de Carlos Fuentes con una sola palabra, esta sería: inquietante. Hace ya algunos años, un Secretario de Estado hizo que despidieran a la jovencísima profesora de su hija en una preparatoria privada por asignar este libro como lectura de su curso. Aquel funcionario sin duda se sintió inquieto al leer los escabrosos y geniales pasajes en los que los protagonistas celebran una singular misa negra. Inquieto también se sintió el pianista Mario Lavista, quien después de una temporada de desánimo creativo encontró en esta novela la historia para escribir su primera ópera. Inquietos se han sentido cientos de lectores que llegan a las escenas finales con la sorpresa en el rostro y los ojos ávidos por devorar las últimas líneas de ese final demoledor. ¿Y el gastrónomo? Sin duda estará inquieto al notar que el menú del libro se repite, en un extraño ritual cíclico.  

 

         Felipe Montero, la señora Consuelo Llorente y la hermosísima Aura se sientan a la mesa, religiosamente, cada noche, siguiendo el sonido de una campana como las que llama a misa o anuncian los responsos de difuntos. El menú es siempre el mismo: riñones de pungente aroma en salsa de cebolla, tomates asados y un vino antiguo, espeso, de etiqueta ilegible cubierta por el limo. El menú puede parecer, sino suculento, equilibrado y, tal vez para los paladares más aventureros, interesante. Sin embargo, ¿por qué repetirlo noche tras noche? Pues, porque como cada palabra en esta obra, los platos están cargados de simbolismo. 

 

       Los riñones se mencionan más de treinta veces en la Biblia, siempre junto al corazón. Para los hebreos como para otros pueblos antiguos, los riñones guardaban lo más profundo del ser humano: las creencias íntimas, los pensamientos privados, las emociones más conmovedoras, los afectos arraigados, la esencia misma de cada persona. Al sacrificar un animal, los riñones están siempre escondidos en lo más profundo del cuerpo, como si en ellos reposara un secreto muy valioso. Comer riñones entonces alcanza un simbolismo brutal, casi una canibalización de aquello que nos hace seres humanos. Aura y Felipe comparten esa intimidad que supera la carne y que comienza a construirse en esa mesa. 

 

          Los tomates por su parte no están exentos de simbolismo. Esta solanácea es de origen sudamericano y fue importada a Europa al principio del siglo XVI. Los rojos tomates, con la ácida dulzura de su madurez, conquistaron pronto la imaginación de los franceses, quienes los llamaron pommes d´amour. Les atribuían tales efectos afrodisiacos que estos frutos se cotizaban en el mercado negro. Hoy en día algunos gurús de la alimentación siguen sosteniendo que un buen tomate obra mejores efectos que una pastillita azul. En cualquier caso, el tomate –por raro que pueda parecernos– es un símbolo cargado de erotismo, que da a la mesa de Aura esta otra dimensión que está presente a lo largo de todo el libro.

 

         ¿Y el vino? Por supuesto que el vino tiene también un papel preponderante en este menú de símbolos. Sería ingenuo pensar que no es así cuando es la bebida con más connotaciones sagradas en la cultura occidental. Jesucristo no hizo su primer milagro convirtiendo agua en cerveza ni sirvió agua de Vichy en la Última cena. El vino como el mismo Carlos Fuentes nos los hace saber sutil, pero rotundamente, cuando lo describe como un “líquido rojo y espeso” es la fuente de vida en la gastronomía literaria. Quien no piense en vampiros al oír esta frase necesita ver muchas más películas de terror y leer por lo menos un par de novelas sobre el tema. O leer sobre el Concilio de Trento que estableció la transubstanciación del vino en la preciada sangre de Cristo como dogma de fe y creó así una nueva iglesia propiciatoria en la hasta el más pobre de los feligreses fuera invitado a beber la sangre de su salvador. 

 

         Así, la mesa de Aura es una mesa simbólica, sobre cuyo verde mantel el erotismo consume lo más profundo del alma humana para tomar su energía vital. Vida, muerte, amor, deseo, todo en un plato aparentemente insulso. Aunque, desde luego, también puede ser un excéntrico menú ideado por una vieja obsesiva en esta casa de Donceles. Cada quien lee con los particulares lentes que la vida nos hace ponernos y los que uso yo, queridos lectores, están empañados por los vapores de las cazuelas.

  

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