Condado

Detrás de la hora de la comida

/anónimo/

 

Las comidas en familia son el momento del día más esperado por muchos. Los que no lo comparten a diario, buscan con ansias el domingo para sentarse junto a sus familiares o amigos, hacer una oración -si son creyentes- y disfrutar de los alimentos preparados. Pero comer solo es más cómodo ¿no? porque disfrutas verdaderamente. No tienes la presión de que los demás vean cuánto te serviste. Ni escuchas comentarios como: “se ve que tienes hambre”, “no deberías mezclar esos tipos de alimentos”, “ya es de noche, no comas fruta”, o “mira qué saludable estoy comiendo”. En cambio, te sirves lo que quieres y verdaderamente disfrutas y aprecias lo que llevas a tu boca, pues no tienes la presión de los demás sobre ti, ni sientes ansiedad porque la comida se vaya a acabar.

 

         Es increíble cómo nuestra relación con la comida está determinada por algo fuera de nosotros. Por ejemplo, recuerdo que en Alemania la familia con la que pasé Navidad me hacía acabármela toda, al punto de casi vomitar una vez en un restaurante. La cena de Navidad nos duró una semana, porque nada podía desperdiciarse. Después me enteré de que eran así a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, en casa de mi novio son cinco y el primero en servirse es quien más come. Las primeras noches él se quejaba de que no era suficiente porque cuando se servía ya se la habían acabado, por lo que empezó a comer más rápido. Cuando regresamos y cocinábamos juntos él seguía con este hábito que me daba ansiedad; me contagiaba su idea de que la comida se iba a acabar, aunque yo sabía que había suficiente y en todo caso podía prepararme algo más. O, por último, una vez leí un libro que te sugería ser el primero en pedir al salir con tus amigos, pues éste es quien pone el ejemplo y los demás se sentirán influidos a pedir una ensalada si el primero lo hace. ¿Tan fáciles de controlar somos?

 

         Muchos de los recuerdos que tengo de niña son de momentos donde se me reprimió la comida, y no es que no comiera, pero de lo que más me acuerdo son idas al nutriólogo. O de estar con amigas y atascarme de dulces porque en mi casa no había. Tengo flashbacks de mi primaria y, como no me parecía a mis amigas, se les salían comentarios que, creo, influyeron en mi relación con la comida. Desde recreos en donde “íbamos a hacer deporte por diversión” y sólo me ponían los ejercicios a mí, o comentarios como “dice mi mamá que eres la más bonita de nosotras por tu personalidad”, hasta alusiones al personaje de Gloria de Madagascar, comencé a pensar que tenía un defecto y debía cambiarlo. Claro que en ese momento no comprendí las consecuencias que esto traería: la búsqueda de que los aspectos que creía sí poder controlar como mis calificaciones, mi grupo de amigos, los espacios que frecuentaba fueran perfectos y que terminaría con ansiedad o rechazo cuando esto no se lograba. 

 

         Hace unos días leí un tweet que decía que el perfeccionismo es consecuencia del miedo a ser rechazado. Que los estándares tan altos que nos ponemos no son influidos por pasión, sino por la necesidad de probarnos frente a los demás. ¿Será que todavía no me siento parte del grupo? ¿De cuál? ¿Sigo sintiendo la necesidad de probar mi valor? ¿Pero, a quién? El año pasado, lejos de mi familia, experimenté completa libertad frente a la comida. Comía chocolates seguido, trabajaba en un restaurante y consumía su comida no tan saludable sin preocupación. No me importaba que mi novio me escuchara masticar (problema del que había sido muy consciente antes) o que viera todo lo que comía. Cuando regresé a México la inquietud volvió. Empecé a obsesionarme con el ejercicio y los alimentos porque veía a mi hermana hacer deporte todos los días. Según ella me motivaba al invitarme a hacer una dieta juntas, o al juzgar lo que me servía en mi plato o preguntarme si ya había hecho ejercicio ese día, y no, el yoga no contaba. 

 

         La vez que más he bajado de peso, en secundaria, todo el mundo me felicitaba. Siempre me he preguntado por qué lo hacemos; no sabemos las razones detrás de la pérdida de peso. Aun así, es una situación para celebrar. En esa ocasión, una amiga hasta me dijo que la había inspirado y que se esforzaría más en cambiar su físico. Lo que a veces pienso es si en verdad es inspiración o es envidia, no queremos que la otra persona se “vea bien” y nosotras no. ¿Por qué nos inspiran los cuerpos delgados? ¿Y por qué sentimos culpa cuando vemos que alguien baja de peso? En mi caso, la envidia surge porque ella está más cerca de cumplir con el estándar requerido, lo cual viéndolo desde fuera nunca voy a lograr por completo porque los ideales van cambiando. 

 

         Hace años la mujer atractiva era la de cuerpo voluptuoso, después la mujer tan delgada que parecía enferma. Ahora es una mezcla de ambas, se debe tener el abdomen plano y los brazos delgados, pero todo lo demás mientras más grande mejor, aunque sin llegar a lo vulgar. Es muy difícil contar con todas las características que me pondrían en este punto medio y prefiero lo delgado; a través de los años en mi mente ha predominado la relación entre delgado-bueno y gordo-malo sin pensarlo conscientemente. La envidia hacia otra mujer que baja de peso viene acompañada de culpa porque ella sí pudo hacerlo y yo no.

 

         Aunque sé que no es lo único que sucedió en mi infancia a ésta la relaciono con comida sabor cartón (imagen creada al comparar lo que yo comía y no disfrutaba porque lo vinculaba con “bajar de peso” a lo que las demás llevaban a la escuela, aunque pudiera ser lo mismo), idas al nutriólogo y grupos de amigas que “por mi bien” hacían comentarios sobre mi cuerpo. Una de las repercusiones es que ahora siempre que me despierto me veo al espejo a ver si amanecí más delgada que el día anterior. De cualquier forma, últimamente los pensamientos son más positivos que negativos, entonces veo un progreso, pero sé que puede cambiar rápidamente. 

 

          Es fácil decirlo, pero debería modificar las relaciones que he hecho en mi mente de que lo delgado es bueno o “bello” porque nunca se sabe qué hay detrás de la pérdida de peso. Por ejemplo, por más delgada que he estado los pensamientos negativos y comparaciones con las demás persisten, entonces eso no me garantiza tranquilidad mental o la perfección que asocio con la delgadez. Terminaré desgastándome si sigo intentando entrar en el molde que la sociedad crea, pues éste cambia constantemente.

 

 

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