/por Balamky/
Hay muchas cosas que a los mexicanos nos dan miedo. El olvido es algo que asusta, pero no está presente en nuestra cotidianidad. Tal vez por eso hacemos tantas ceremonias, acciones o rituales para recordar a los que se han ido. Es decir, que hacemos actividades que le gustaban al sujeto, siendo que luchamos diariamente para no olvidarlo. Es cuando nos invade el terror de perder la imagen de sus manos, de su rostro o de su voz, al punto de ser una imagen borrosa de lo que algún día fue esa persona; conocemos un miedo que está inmerso en nuestra psique. El terror que llega a lo más profundo de tus entrañas y te parte el corazón, alterando tu mente para no distinguir tus realidades, produciendo dolor físico al tratar de recordar.
Somos luchadores por el contexto socio cultural que individualmente tiene cada persona que lo impulsa a sobrevivir, buscamos la forma de lidiar con los problemas ejercidos en la vida. Por lo que vemos la forma de prevalecer sus tradiciones, sus memorias y su vida en el presente, con días para mantener vivos a los muertos; empleando nuestra creatividad para representar a la persona. Vemos individuos que toman el tema de la muerte, el olvido y el duelo, con el punto de transmitir y comunicar los sentimientos. Las ofrendas que se realizan en la época de días de muertos pueden considerarse una estructura artística al ser realizadas desde el inicio y al ponerle. Convirtiéndolo en algo más significativo.
La ofrenda es la unión que hace el autor para hacer visible lo invisible a través del espacio. Es el medio de contacto con lo supraterrenal, llegando a ser el artista o el sujeto creador para canalizar los conceptos, el pensamiento y el sentimiento que se pretende comunicar. Entonces, la instalación es una pieza inmersiva que ocupa el espacio que puede entenderse como un ensamble entre el espectador y la obra, es decir, el montaje se presenta como una herramienta artística que invita a la experiencia, usando a la persona para activarla.
Soy dueño de la imagen que creo, pero a la vez le pertenezco a ella, si la hago pública o no quiero que nadie la vea; al final me rige por el significado que contiene. Es así, que al ver la imagen de mi ser amado provoca sensaciones internas, al grado que de mi garganta se quiebra la voz forzando la memoria para traer el pasado al presente. El olvido es algo que acecha en lo más profundo de los recuerdos, que te observa con la esquina del ojo y que ataca paulatinamente nuestros recuerdos, perdiendo escenas en nuestra psique como si se quemara una película de rollo. De pronto no reconocemos ciertos rostros, ciertas voces, espacios o aromas, provocando el miedo a perder la evocación que está incrustada en nuestro corazón. Pensar en la imagen de tu ser amado distorsionado con el tiempo para que al final desaparezca, siendo lo que más eriza la piel, algo que te destruye. Se transforma en tu propio enemigo al que es imposible vencer, mientras luchas en aferrarte a lo más importante de la historia.
El pavor de perder los recuerdos en un abismo negro, en donde ya no reconozcamos la esencia de la persona que amamos y que los momentos vividos sean solo fragmentos de toda una vida juntos. Nosotros los mexicanos luchamos para mantener esa imagen viva, lúcida e intacta en la memoria; honrando después de la muerte la figura y la esencia de la persona ausente. Conmemoramos a nuestros muertos en vida, usando la ofrenda como estructura artística y médium para contactar con lo supraterrenal y lo inconsciente para luchar con el olvido, quedando plasmada la persona ausente. La ofrenda nos permite acercarnos con el recuerdo, reencontrándonos con la memoria del pasado y reviviendo las imágenes para ser médiums del más allá.
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