/por David S. Mayoral Bonilla/
Es algo completamente normal; incluso, me temo, es natural. A lo normal es posible contestar, resistirse, pues se erige, se va construyendo; toma tiempo y gana probabilidad continuamente. Se retroalimenta y se repite. Cosas que son de esta manera: vestir según la configuración social de su género, llorar por tristeza, leer poco y/o con prisa, discutir violentamente. Así nos han educado.
Lo natural es irresistible, autoexplicativo. Por ejemplo: morir, defecar, llorar por llorar, balbucear sin escritura.
A lo normal no se teme hasta que se elabora y fortalece una conciencia. El trabajo de la mente consciente, que es adquirida y, por lo mismo, antinatural a todas luces, es rebasar la falsa ilusión de lo ordinario. Puede ello servir a varios propósitos, entre los que destaca la crítica y la innovación. Juntos, estos dos motivos generan nuevas normas: vestir según la antítesis de la configuración social de su género, llorar por fortaleza, leer imágenes, discutir sin violencia.
Prosigamos: únicamente lo que puede ser pensado causa terror. Así, lo natural no puede ser temido. La razón es sencilla: su inevitabilidad genera la ilusión del miedo, pero no el miedo en sí. Sólo se teme a lo desconocido o a lo probable, pero nunca a lo inevitable.
Miente quien dice que el amor es inevitable. De lo contrario, plantearíamos que amar es como morir, defecar, llorar por llorar y balbucear. Entenderlo como suceso irresistible esteriliza la discusión. Debemos considerarlo, al menos aquí, como un acto consciente.
Los actos conscientes son sintomáticos de una mente con criterio. Si el amor es así, entonces no será ni algo natural (porque se piensa) ni algo normal (porque la consciencia se esmera en cuestionar y trascender la norma). El amor, siendo de esta cuestión, es resistible.
Al considerar que “Dios es amor”, podemos encontrar una solución para abordar la discusión acerca de la esencia del concepto que exploramos. Todo en ese axioma fabulado consiste en aspectos ordinarios. Ambos pueden ser resistidos por medio de una mente consciente que supere las normas establecidas y los discursos grandiosos. Ni lo divino ni lo afectivo son ilusiones ineludibles. Esto también lo hemos aprendido después de una larga exhibición de decepciones. ¿Cuántos no han muerto en nombre del amor? ¿Cuántos no han muerto en nombre de Dios? Morir por causas evitables demanda vivir con miedo.
Es así que debemos encontrar en la pregunta “¿por qué tengo miedo a enamorarme?” una consecuencia epistemológica: “¿puedo conocer si temo enamorarme, o es que temo a otra cosa?”. Adelanto que la respuesta de una mente consciente a esta pregunta tomaría la forma similar a la siguiente proposición: “Si tengo miedo a enamorarme, entonces el amor es algo no natural, pues lo natural no puede ser temido. Cuando digo que tengo miedo a enamorarme, en realidad temo a la normalidad que he construido sobre el amor y a la percepción que mi propia mente ha erigido sobre esa experiencia que se retroalimenta y se repite”.
Una mente consciente no esquiva enamorarse, pues conoce el control sobre lo natural y lo normal. Sabe que no necesita de un concepto claro, pero sí de prácticas que le permitan cuestionar la regla, el orden: amar según la configuración social de su género, llorar por amor, amar poco y/o con prisa, discutir violentamente… Son cosas a las que una mente consciente resiste.
Es así que el amor crítico, antinatural, está aún por existir. Hemos visto que sólo se teme a lo desconocido y a lo probable. Es así que podríamos estar temiendo sentir, dar y recibir amor conscientemente. Todo lo demás es una infeliz confusión.
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