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Guerra de packs

/por Reyna Andrea García Téllez/

 

Nunca vi las nudes de mi amiga, pero nos dijo que se había puesto una flor en su parte intima. Al principio nos dio mucha risa pensar que, aún en su calentura, en ningún momento dejó de lado su amor por la fotografía artística. Llevaba varios años enamorada de ese niño (en aquel entonces lo era) e intercambiar packs representaba un gran paso para conquistar su corazón. Eso sucedió como cuatro veces.

 

          Semanas después, la foto de la flor fue tema de conversación en algunas fiestas. No sé qué se dijo sobre ella. Solo sé que la compartieron y formaba parte de una carpeta en donde se almacenaban las nudes de otras menores de edad, también conocidas mías. Ninguna dio su consentimiento.

 

          Mi amiga no sabía qué hacer. No había ley que la defendiera. Tampoco le podía pedir ayuda a sus papás conservadores, pero se hizo cargo de la situación como pudo. Su estrategia fue la siguiente: le habló a su agresor como si nada, lo estimuló hasta obtener fotos de su erección y las compartió en un grupo de packs integrado por niñas (muchas víctimas del mismo delito).

 

         No estoy diciendo que haya sido la mejor solución. En su momento le advertí que no lo hiciera. Sin embargo, en su cabeza de 15 cuya intimidad había sido violada, la venganza era la única forma de lidiar con la tristeza, vergüenza y paranoia a la que había sido expuesta. Y a decir verdad, a él no pareció afectarle. Al contrario: cada vez se hacía más popular en mi escuela, hasta que fue nombrado líder de un grupo misionero. Porque sí, había rolado nudes de menores y por lo tanto cometido uno que otro crimen sexual, pero ¡hey!, no quita el hecho de que se confesara con frecuencia y predicara el Evangelio de manera ejemplar. Eso es lo que respondieron otros religiosos cuando fui a quejarme de lo injusta que era la situación. Lo peor es que no solo fue defendido por hombres; las mujeres lo seguían amando.

 

          Hace poco, con la noticia de la Ley Olimpia mis compañeras de la secundaria y yo hemos retomado el tema. Nos hubiera gustado tener el respaldo suficiente para no involucrarnos en una guerra de packs. Si alguien nos hubiera hablado con empatía de cómo defender nuestros derechos sexuales, ahora las conversaciones del grupo no estarían plagadas de hubiera. Sobre todo; no seguiríamos con miedo para denunciar aun cuando ya tenemos la facultad para hacerlo.

 

          Nos consuela recordar el lema: “lo que no tuve para mí, que sea para ellas”. Hoy en día las niñas tienen más herramientas para actuar, gracias al activismo en  las redes sociales pueden recibir asesoría jurídica gratuita por parte de colectivos feministas (como la Red de Abogadas Violeta o Comisión 1,2,3 por nosotras). Sus agresores podrían ser condenados a seis años de prisión.

 

          De esta forma, lo que se veía como un chiste, ahora lleva el nombre de delito. Reconocer la gravedad del problema es el primer paso para reparar las heridas de años atrás; y ayudar a las que ahora atraviesan lo mismo.

 

Imagen portada: Ange Cano

 

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