/por Valeria Esparza/
Los conceptos y las definiciones tienen una consecuencia directa: las posibilidades limitadas. Sin embargo, el impulso racional del ser humano hace que busquemos definir y asignar palabras a todos los eventos que experimentamos. Muchos de los conceptos del día a día se adaptan a nosotros, al punto de volverse parte del todo. Otros solo causan ansiedad (malestar más común y en tendencia del mundo posmoderno pandémico) al enfrentarnos con las implicaciones de una definición: el cómo deberían percibirse, ver o ser ciertas cosas.
El dilema que se repite cada vez más es ese que surge al intentar encontrar una definición adecuada para el concepto de arte. Un término tan prostituido, adornado y repetido está destinado a producir ansiedad e incertidumbre. Quizá mientras menos se intentara saber de respuestas y significados, las cosas se podrían integrar con más facilidad al todo de la existencia. Pero el motor racional que nos dirige, no lo permite.
La pregunta ¿qué es arte? resulta todo un cliché, en especial cuando alguien tiene un desencuentro con las situaciones que envuelven a las tan llamadas “obras de arte”. Por ejemplo las tantas ocasiones en las que curiosos objetos se venden por millones de la divisa que sea a cualquier miembro de la comunidad esnob. ¿Será que el comprador tiene un conocimiento secreto, profundo y oculto al ciudadano común? Si es este el caso, entonces ¿qué significa arte?
Y entonces viene el primer golpe de realidad… En lo personal, fue profundamente desalentador y deprimente atravesar la cortina de humo para descubrir que el arte (desde hace varios siglos) es en realidad un indicador de poder económico. Un medio que cumple la función de distintivo para la “alta sociedad” que tiene el “capital cultural”, la capacidad adquisitiva y ¿por qué no? también el secreto inexistente que albergan las obras de arte. El arte es entonces una mentira.
Tal vez lo mejor sea arrancar la curita de una sola vez siguiendo con el primer impacto, así que ahí va: el arte es control, control a través de ideología. Control en todos los sentidos: de pensamiento, perspectiva, identidad y comportamiento. No llegamos siquiera a imaginar el alcance que tiene una imagen, figura, texto o sonido una vez que llega al inconsciente del consumidor. El potencial del arte es aterrador, es parte del sistema y es un sistema por sí solo, es la punta del iceberg de una serie de problemas que desestabilizan la noción de comunidad.
¿Cómo es posible que tanta gente caiga en el engaño? Cómo es que alguna vez se pudo concebir al arte como un método de registro de la humanidad. En especial cuando es un claro antecedente de los medios de comunicación masivos que, teniendo limitadas perspectivas, solo muestran un 10% de los hechos. Quizá no todo es malo… tal vez ese 10% tiene algo que plasmar, desde el lugar en donde sea que se encuentre. Ese mínimo porcentaje puede llegar a ser la raíz de las posibilidades que devuelven el optimismo a todo el asunto. Y entonces nos topamos con la otra cara, aquella en la que se encuentran las conexiones, la sublimación, las pequeñas partes que generan sensaciones poco comunes, el escape, la catarsis, el desahogo, la introspección y un sinfín de uniones que contribuyen a la experiencia humana.
¿Qué es el arte? es una de esas preguntas que nos llevan a todos lados y al final a ninguno. El arte no es nada (es todo), es un término paraguas que puede ser utilizado en cualquier adaptación y contexto. Como experta novata yo sugiero no tomarlo tan en serio.
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