/ por Thalía Azyadeth Rizo/
Recordar es poseer, apoderarse. Nombrar es inventar. Cuando la conocí no quería decirle mi nombre completo, no quería ser invocada por una fuerza que yo no pudiera controlar. Mi eterno pseudónimo: y el temor a ser nombrada.
Ruka es la palabra rusa que equivale a “mano”. En el alfabeto cirílico, sólo se agrega una letra más y entonces la ruchka es “pluma”. La pluma como extensión de la mano, del dedo índice, representante del yo. Nuestra mano dirige al cilindro que la contiene, pero la bola llena de tinta se mueve por sí misma. Nosotros no controlamos cuando la pluma se chorrea y mancha todo lo que tocamos con esa materia viscosa. Mi temor a ser nombrada no comprende esto, pero fantasea con la idea de que, así como la pluma es una extensión del yo, nosotros somos la extensión, la ruchka, de algo mayor.
Cuando la conocí, no me di cuenta de que estaba intentado hacer trampa. Creí que unos conocimientos básicos en html y un par de filtros en mis fotos harían ver mejor mis defectos. Llegó un punto en el que me asqueé tanto de mi máscara que le pedí que me nombrara. Comprendí que ya lo había hecho antes. Calma. “No inquietarse porque se es, ni atemorizarse porque se puede dejar de ser”.
Entonces vi el as de picas. ¿Cómo sentir una tarde a través del recuerdo para describírsela a otra persona y obligarla a resignificar algo que está en su día a día? Habría de empezar por darle un significado uno mismo en su cotidianidad. Andar por la vida con unas gafas que nos hagan capaces de ver y sentir, más allá de lo que nos han intentado dogmatizar. Buscar explicaciones metafísicas. En la magia del caos se recomienda indagar en nuestro alrededor y buscar relaciones aparentemente absurdas. Así, yo tendría que saber por qué me encontré con la licencia de conducir de un hombre inglés en un cuarto de hotel. Tendría que pasear por pasear, no sólo físicamente y entonces se conseguiría algo como esto, “muchas páginas y un libro vacío”. Un ensayo vacío.
Doblo la esquina de la página 115, literal. Lograr una frase deforma la expresión de los sentimientos. La falsedad como sea puede tragarse, pero la ingenua soberbia de querer decir una mala mentira que convenza a otro es un engaño insoportable. Escribir no sirve para expresar un sentimiento “puro”. Escribir es construir un espacio en donde la bolita de la pluma pueda rodar sola en un sentimiento puro, algunos dicen que sirve para encontrar y romper patrones. Identificar patrones en lo que hago, digo, pienso, tengo; es sencillo. Me creo predecible. Me gusta, por ejemplo, usar pulseras y collares porque sin ellos me siento desnuda. Con un hilo o paliacate me basta. Me gusta coleccionar cartas de todo tipo. Me gustan los juegos de azar. Me gusta hacer trampa. Me gusta ser provocativa. Me gusta la adrenalina. Me gustan las máscaras. Y me gusta el color rojo. Siempre hay un pelirrojo o pelirroja en mis escritos. Me gusta creer que mis textos son hipersigilos. La palabra “mierda” me persigue. Los eructos, los suspiros, los bostezos. Mis pulseras también están ahí: todos mis personajes son esclavos, la mayoría voluntarios. El eje se me antoja muy delgado, flexible, no sé si frágil: la autodestrucción es lo que me mueve. O, mejor dicho, jugar con ella, coquetearle, bailarle y escapar en el último momento como la rajona que soy.
Ella, en cambio, es explosiva y voluble. En cuanto supo mi nombre, tuvimos una pelea sólo comparable con los gritos en el cuarto de hotel en donde encontré la licencia de conducir de un hombre inglés. Tendría que escribir sobre lo que estaba ocurriendo en ese cuarto cuando la encontré. Decir que me moría de miedo, que estuve media hora encerrada en el baño con el labio ensangrentado, que sentía una frigidez enorme a pesar de los sonidos que fingía. Ese día no estaba nada creativa. Tal vez encontré esa credencial entre nosotras para escribir sobre él. Tal vez así dejaría de forzar contracciones y lograría frases precisas.
¿Escribir es un deleite o una necesidad? Pienso que escribir es escuchar 10 horas de absoluto silencio, encontrar el murmullo que suena en la profundidad y mover la ruchka, sin albur, al ritmo del vacío. Escribir es lo que me mantiene en la escena de seducción, para sanar o gangrenar la herida, el punto sigue siendo no dejar de arrojar cartas.
Créditos de la imagen: Jack Hamilton (https://unsplash.com/@jacc)
Los textos así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la UDLAP. (Para toda aclaración: esporarevista@gmail.com)