Analectas

Atacama

/por Daniel Alejandro Valverde Luján/

 
 

Después de tantos viajes Ana Laforte regresa a San Pedro de Atacama. Busca en el pueblo que la ve nacer algo que le ayude a descubrir por qué carga con la maldición que carga. Ana Laforte es coja desde niña y camina hacia un parque con un paraguas que usa como bastón. Al llegar se sienta en una banca. Mira a lo lejos que las nubes se derraman. Ana imagina el olor de la lluvia. Imagina las calles húmedas, las casas, los árboles, las gotas de agua resbalar de las hojas hacia los charcos en el piso. El sol que alcanza a colarse entre las nubes aún está encima de las casas. -Pronto lloverá- habla sola y sonríe. Mientras espera la lluvia, comienza a leer una vieja noticia que guarda en su teléfono celular:

   Es acerca de Eugenia Laforte quien amanece muerta en una habitación en la ciudad de Nueva Orleans. La autopsia indica que es asesinada por estrangulamiento. Nadie puede explicar el asesinato. No hay cerraduras forzadas, ni rastro de huellas digitales. Los videos de las cámaras de seguridad del edificio no muestran a persona alguna entrar al complejo habitacional. Cuando la policía ve el cuerpo de Eugenia Laforte encuentran la ventana abierta, pero no hay manera de que el asesino escale al piso diez. El caso queda sin resolución.

   Ana deja de leer, se levanta de la banca y camina entre las calles de San Pedro. Una vez más se pregunta por qué su padre y su hermana emigran a Nueva Orleans. Ya es de noche y la lluvia no llega. Ahora dirige sus pasos hacia su antigua casa y en el camino recuerda cuando esparce las cenizas de Eugenia en el desierto de Atacama. Recuerda cuando conoce a Joaquín Bonaparte en la escuela, el mismo año que murió su hermana. Recuerda también la primera vez que visita Nueva Orleans, antes que la conociera todo el mundo. Desde entonces comenta en fiestas y reuniones que no sabe qué se siente ver la lluvia. Ana pregunta, ¿cómo es? ¿A qué huele? ¿Qué sonido hace? ¿Las hojas de los árboles lucen más brillantes? ¿Deja charcos por las calles? ¿Deja limpia la ciudad? ¿Humedece todas las casas, los carros, los edificios? ¿Qué hacen las personas cuando llueve? ¿Dejan de trabajar, salen a la calle? Ana no sabe qué se siente estar parada bajo la lluvia. Lo que sabe es lo que ve en YouTube. Sus amigos y conocidos la escuchan, pero en su interior la tildan de loca, ya la conocen. Siempre cuenta lo mismo. No obstante, algunos de ellos sí le creen. Lo constatan. Sus amigos más antiguos hacen memoria y recuerdan que en realidad nunca ven caer la lluvia cuando están con Ana. -Es raro- se dicen -pero es cierto-. Así es ella, tiene una especie de discapacidad. Pero Ana no pierde la esperanza de algún día ver la lluvia.

   Mientras abre la puerta de su antigua casa recuerda cuando salva a la ciudad de Nueva Orleans de la gran tormenta que por poco la borra del mapa. Un huracán clase cinco, más violento que el huracán Katrina está por chocar contra Nueva Orleans. Las personas no están listas para el suceso. Se espera una gran pérdida humana y material. Un viejo amigo de Ana que emigra a Estados Unidos hace mucho tiempo trabaja para el ayuntamiento de Nueva Orleans y recuerda que donde está Ana no cae la lluvia y se le ocurre que ella puede salvar a la ciudad. Joaquín Bonaparte comenta a sus superiores la idea y por supuesto la califican de absurda. No obstante, por su cuenta Bonaparte consigue una visa expedita. Manda un avión por ella hasta San Pedro de Atacama. Cuando la encuentran, le dicen que Joaquín Bonaparte solicita verla con urgencia en Nueva Orleans. Es un caso de vida o muerte y le entregan una visa. Sin saber mucho de qué se trata acepta ir con ellos. Primero toma unas cosas de su casa, pide permiso en el trabajo. Años atrás se le niega una visa para visitar Estados Unidos, cuando le avisan del asesinato de su hermana. Hoy entra al país como una invitada especial. Se alegra mucho. Y pensar que Joaquín Bonaparte no le cae bien. Cuando el avión se acerca a la ciudad se ve que llueve. Ana ve por primera vez unas gotas de lluvia chocar contra las ventanillas de la aeronave. Por un momento piensa que tal vez eso de no conocer la lluvia no es cosa de ella, sino del lugar. Se emociona, nunca antes tiene un contacto tan cercano con la lluvia. Para cuando Ana se baja del avión, todo a su alrededor está seco. Un sol intenso ilumina las calles.

   Bonaparte la recibe. Está contento, no puede creer que en cuanto el avión sobrevuela la ciudad, la lluvia deja de caer. Le parece un buen síntoma, pero aún debe esperar. Se comunica al centro meteorológico y pregunta el estado del clima. Lo que escucha lo deja anonadado. –Esto es increíble señor, el huracán deja de dirigirse a tierra y se dirige hacia el océano Atlántico-. Como si se tratara de una súper heroína extraída de los comics, al pisar las calles de la ciudad, el huracán retrocede ante la figura de Ana, como si ella lo empujara con la fuerza de los dioses de regreso al mar. Ana no se sorprende, ella sabe que donde está no cae la lluvia.

   Bonaparte llama al gobernador y le narra lo sucedido. No le cree. Ana regresa a su casa. En cuanto deja Nueva Orleans, el huracán se dirige nuevamente hacia la ciudad. Bonaparte se comunica con los pilotos que llevan a Ana y les ordena regresar. Regresan. Apenas sobrevuela la nave la ciudad, el huracán cambia de rumbo. Bonaparte esta vez le pide a Ana prolongar su estancia hasta que el huracán se desvanezca en el océano. El gobernador es testigo de los hechos y llama a los científicos y llama al presidente. Ana recibe las llaves de la ciudad. Desde ahora es amiga de Estados Unidos y de Nueva Orleans. Todos le agradecen por evitar la catástrofe. La noticia se extiende por el mundo y se hace famosa. Por fin los amigos y conocidos de Ana creen sus historias y les parece extraordinario. Desde ese momento todo es distinto para Ana. Sus servicios son constantemente requeridos alrededor del mundo para mandar al mar a los huracanes. Gana mucho dinero y hasta cumple su sueño de irse de fiesta con Cristiano Ronaldo, la noche que evita que un huracán azote Lisboa. Compra una casa en Punta del Este. Se casa, tiene hijos. Su esposo y sus hijos se dedican a atenderla. Dona dinero a San Pedro de Atacama. Ahora es un pueblo diferente. Con más vida y más vegetación desde que Ana ya no vive allí. Pero Ana sufre, aunque todo ese asunto ya es cosa del pasado, ella quiere saber quién es el asesino de su hermana. Valiéndose del cariño que la ciudad ahora le tiene, pide que reabran el caso y así se hace.

   La policía se dirige nuevamente al lugar. El aroma es rancio. Nadie entra allí desde que ocurre el crimen. Ana y los policías buscan alguna pista por todo el departamento. Encuentran pedazos de uñas humanas. De pronto, del closet salta sobre la cama una mano viva como un ratón. Mira a Ana y a los policías y huye hacia la sala. Los policías asustados y sorprendidos persiguen a la mano y la encierran en el baño. Después de volver en sí mismos entran y se abalanzan contra ella, la someten entre varios, tiene la fuerza de un hombre. La llevan a la jefatura. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué tiene que decir sobre el suceso? ¿De quién es aquella mano? Después de pensarlo mucho, el juez le da una pluma para que declare. La mano entonces escribe: -soy la mano de Jesús Vargas, Eugenia Laforte me asesina a sangre fría el 29 de abril del año 2000. Yo asesino a su padre Hernán Laforte veinte años atrás. Hernán Laforte es mi amigo y tomamos tequila en el “Perro Verde”, no recuerdo con exactitud qué pasa, los dos tenemos perdido el juicio a causa de la bebida. Hernán dice una tontería acerca de mi madre y comenzamos a pelear. Le atino tal puñetazo en el rostro que cae inconsciente al piso. Su cabeza no resiste el impacto contra el suelo y muere. Soy condenado a veinte años de prisión. Su hija Eugenia no está conforme con la sentencia. Ella quiere que el juez me condene a la muerte, pero el juez no la escucha. Eugenia, llena su corazón de ira y deseo de venganza. Espera paciente mientras cumplo mi condena. Cuando estoy libre me busca, me lleva con engaños al puente; me dispara en la cabeza. Después me desmiembra con un machete y mete mi cuerpo en un costal junto con algunas piedras y me arroja al lago. Pero no mete mi mano, la olvida a la orilla del lago. Entonces me dirijo a su departamento y la estrangulo, hago justicia. Desde entonces vivo en el lugar donde me encontraron-.

   Ana y los policías quedan estupefactos. No pueden creerlo, pero los hechos hablan por sí mismos. Caso cerrado. Ana al fin encuentra paz respecto al caso de su hermana. Pero la vida que tiene desde que viaja por todo el mundo deteniendo huracanes termina por agotarla. No puede permanecer mucho tiempo en un solo lugar, hace peligrar las cosechas y todas las cosas buenas que llegan con la lluvia. Viaja y viaja, de un lado a otro del mundo. Tiene prohibido por las leyes internacionales pasar más de cuatro meses en cualquier lugar. No pude detenerse. Sus hijos crecen, hacen su vida y echan raíces. Su esposo ya no la cuida, está viejo y cansado. Él decide encontrarla en Punta del Este cuando ella ande por allí. Son como viejos amigos que se ven unos cuantos meses al año. Ana se lamenta mucho tiempo de ser quien es, pero después acepta su condición y su estilo de vida. No obstante, es una mujer solitaria. La quieren en todo el mundo, pero solo un momento, después, siempre le piden moverse a otro lugar. Es una eterna viajera. Se identifica con Caín. Cree que es él. Que su espíritu vive dentro de ella. Se siente maldita. Muchas veces recuerda a su hermana muerta. Imagina que ella la asesina y que Dios la castiga al igual que a Caín, a ser una extranjera por siempre. Quiere algún día experimentar una tormenta, se conforma con una pequeña llovizna vespertina para dejar de viajar. En verdad su corazón ansía aquello. Puede viajar por todo el mundo, visitar Roma, Ámsterdam, los montes Ellsworth, Katmandú, Tokio, París, cualquier lugar. Puede comprar lo que desee, pero ella solo quiere ver alguna vez la lluvia. ¡Cómo le gusta esa vieja canción de The Creedence! Have you ever seen the rain. Muchas veces la escucha cuando se sienta en los parques a esperar que caiga una tormenta. Ana se siente como Penélope que espera al marinero que promete volver para casarse con ella. Allí está Ana, esperando la lluvia. Le gusta mucho recordar un relato sobre su hermana Eugenia. Cuenta su padre que Eugenia tiene tal vez ocho años. Por alguna extraña razón, Eugenia no tiene recuerdo en su cabeza del fenómeno de la lluvia. Sin duda ve llover antes, pero no lo recuerda. Una tarde su padre arregla una motocicleta en el garaje y Eugenia lo ayuda. Una ligera lluvia, refrescante y bella como la luna comienza a caer del cielo, llena el espacio de un aroma a tierra mojada. El padre recuerda que Eugenia se sorprende como quien mira un avión, un tren o un barco por primera vez. Eugenia no puede creerlo. Mira la lluvia y pregunta a su padre -¿qué es?- Su padre siente alegría por la inocencia de la niña y le dice: -es la lluvia, ¿qué no la conoces?- A lo que Eugenia responde -¿cómo? ¿Por qué cae agua del cielo?- Eugenia sale a la calle y mira hacia el cielo con los brazos extendidos y las palmas hacia arriba, la lluvia empapa su sonrisa. Ana quiere que la lluvia empape su sonrisa también.

   Cansada de buscar por el pueblo, la noche ya no la deja hacer nada más y se va a la cama. A la mañana siguiente se levanta y decide recorrer las calles una vez más. Aún tiene dos días antes de que vengan las autoridades a pedirle que abandone el lugar. Consulta en su teléfono el pronóstico del clima: lluvias. Camina frente a su antigua escuela, frente a la iglesia. Frente al restaurante donde besa a un hombre extranjero por primera vez. Una serie de eventos vienen a su cabeza. Recuerda que ese día va a caer una tormenta y que ese hombre le regala un paraguas para protegerse de la lluvia. Ese hombre extranjero que besa hace años y que no vuelve a ver, no tiene la mirada de un hombre, sino como de algo más, no sabe explicarlo, pero está segura de eso. Entonces se percata. Es el paraguas. ¿Por qué lo conserva desde entonces? Es un buen paraguas, le gusta mucho y lo usa como bastón. Por primera vez lo mira con atención y lo hace pedazos con sus manos. Compra un café y se transada como acostumbra, a un parque a esperar la lluvia. Lleva toda la mañana y gran parte de la tarde sentada pensando en ese hombre y en su paraguas. Comienza a oscurecer, se levanta para regresar a su casa cuando una gota de lluvia del tamaño de un hombre se le acerca y le dice: -es demasiada agua para mí- y se deja ir contra ella y la empapa. En cuanto aquel ser de agua choca con Ana Laforte un aguacero se resbala del cielo. Ana mira hacia arriba y su sonrisa se empapa. Moja todo su cuerpo. Cinco horas después, Ana sigue en ese parque bajo la lluvia y se convierte en agua y se va entre los pequeños ríos que corren hacia el desierto de Atacama. La intensa lluvia no se detiene por varias semanas. El árido desierto se cubre de flores. Es una enorme alfombra de flores moradas. Son las flores que Ana le regala a su hermana.

 

 

 

*Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto.

 

 

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