/ por Paulina MartÃnez/
La llegada de un bebé suele ser un gran momento, en especial para algunas mujeres, porque es la cúspide de un vÃnculo que lleva formándose nueve meses. La gran ilusión se incrementa cuando la mayor parte del tiempo se ve inundado de nuevos intereses. En el caso de mi madre, según cómo me lo relataba, fue algo insólito tener una niña. Obvio querÃa protegerme de la mejor manera, aunque no supiera cómo.
Entre las anécdotas que me contaba destacan momentos graciosos, rarezas mÃas, mi enorme curiosidad y la tortura que significaba peinarme por el largo de mi cabello. También el hecho de que aprendà con mucha rapidez a caminar y hablar, una independencia, por asà decirlo, un poco temprana y extraña para su experiencia como madre. AsÃ, me convertà en un nuevo y gran proyecto del cual presumÃa.
Cuando comencé a hablar, mi madre me enseñó a no hacerlo. Cuando aprendà a caminar y a salirme de su campo, me limitó a un espacio pequeño. Sà querÃa jugar, me dejaba en una silla con un libro para colorear o establecÃa un lugar seguro a su alcance. No dejaba que me tocaran, tampoco que me hablaran, ni que yo hablara sin su consentimiento. Me enseñó cómo debÃa ser: una niña con vestido y zapatos limpios, bien peinada, bien portada y callada.
Me volvà la muñeca que no tuvo en su precaria infancia, de la cual no le gusta hablar; una obsesión con el cuidado y una aparente perfección que hablarÃa de lo buena madre que era. Un reconocimiento necesario para ella. Creó una caja personal y me puso dentro, como quien guarda sus secretos y sus tesoros, siendo ella el único contacto con el exterior. Esto no lo veÃa mal cuando aún era necesario caminar de la mano: ¿quién dudarÃa de los cuidados de su madre?
La caja se volvió un lugar seguro y necesario al inundarme de miedos, de lo cruel que era el mundo, de que todos estaban en su contra, que harÃan cualquier cosa para perjudicarnos y amenazar la armonÃa de nuestro lugar, incluso de separarnos. La idea se reforzó en el momento que mis hermanos me rechazaron al querer jugar, platicar, ayudarlos o salir con ellos; cuando empezó el aislamiento, junto con comentarios hirientes de mis compañeros de clase; al ver que extraños invadÃan mi espacio y mi cuerpo.
La inestabilidad de mi madre se hizo evidente cuando tenÃa trece, pues todo lo que habÃa formado en más de veinte años de matrimonio se derrumbó con la infidelidad. Pensaba que era solo un mal momento, que lo superarÃa, pero no fue asÃ, se extendió por un largo tiempo. Me dejaba en una silla en su cuarto, donde presencié el incontrolable llanto, el abuso de pastillas, la depresión, pesadillas, el abandono e intentos de suicidio. Me mantuve callada para no molestarla, me movÃa en silencio para esconder sus pastillas, vigilar que respirara, para llevarle té y comida. Rara vez me miraba y nunca la escuchaba decir mi nombre, como un objeto más que podÃa ignorar. De nuevo la caja era idónea, me aislaba de sufrir y generar problemas.
Parte de mi adolescencia la pasé en un hospital psiquiátrico. No habÃa con quién dejarme, era una extensión de mi madre, algo que nunca le faltaba al salir, como su bolsa. Me convertà en un bote de basura, al menos asà me nombré cuando el psiquiatra de mamá no le daba la razón y tenÃa que escuchar, de regreso a casa, sus quejas y las acciones de los demás que siempre, siempre la terminaban perjudicando.
Al ser algo que se puede ignorar incluso en casa, me convertà en un observador sin propósito, el cual no puede encajar y no termina de formarse. Una figura amorfa ahogada en pensamientos obsesivos, miedos y silencio, sin poder respirar. Las demás personas son componentes sin sentido, sin poder relacionar o entender, porque desde un principio los extremos son lo único que conoces y la única forma de poder sentir es invadiendo la intimidad, adhiriéndote para crear una réplica.
Me acostumbré a no hablar, al punto que lo ves innecesario. Conforme iba creciendo y me distanciaba unas pocas horas querÃa crear vÃnculos distintos para sentir algo. Entonces vinieron los intentos fallidos que terminaban con ataques de ansiedad por no saber qué decir, cuándo hablar o no, cuándo acercarte o no, si reÃr es lo adecuado, si se dan cuenta de que estas fingiendo, si están hablando mal de ti, si estás incomodando, si eres molesta por inexpresiva, si eres demasiado callada, solitaria. Terminé volviendo a la caja, aunque sea sofocante cargarla.
Foto tomada de internet.
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