Contraplano

La muerte moribunda

/ por Héctor Justino Hernández/

 

Jim Jarmusch es un director mítico en Hollywood. Con su obra ha hecho, gracias a un estilo maduro y cimentado, una revisión de los géneros que inundan el cine popular. En 1995 nos regaló su versión de un western en Dead man. Luego daría a conocer su idea acerca de las películas de samuráis con Ghost dog (1999); y, más reciente, su traducción de los vampiros con Solo los amantes sobreviven (2013). Tanta es su influencia que hasta tuvo su respectiva aparición en Los simpsons. Así pues, su propuesta no puede ser dejada de lado cuando se piensa en el cine contemporáneo.

 

      Hace poco sorprendió a muchos con el drama Paterson (2016), inspirado parcialmente en un poema de Williams Carlos Williams; y este año, en un giro no del todo inesperado, regresó a la gran pantalla con una película de zombis ante la cual es difícil quedar indiferente: The dead don´t die o Los muertos no mueren (2019). La cual se erige como un homenaje y, a la vez, como una parodia descarnada de la tradición inaugurada por Romero.

 

      Me detendré un poco en este punto para dar una visión más amplia de lo que vendrá más adelante. Las películas de zombis son una industria multimillonaria que año con año estrena propuestas cada vez más extravagantes. Zombis castores, nazis, tiburones, payasos… Es evidente que se ha desencadenado una sobreproducción de versiones que compiten en incoherencia y falta de sentido. La mayor parte de las cuales más bien parecen tratar de explotar el interés que gravita en torno a la idea de “muerto viviente” y no poner sobre la mesa propuestas novedosas y desafiantes.

 

     El cine de zombis surge, quizás, como una respuesta cultural al nacimiento de la sociedad postindustrial. Lyotard, en La condición postmoderna (1979), cree que a esta nueva época corresponde el nombre de postmodernidad, y afirma que su característica principal es la pérdida de los grandes relatos que hasta ese entonces sostenían a la sociedad. Es decir, el escepticismo ante saberes legitimados (como el marxismo, o la ciencia) y la volatilidad de los conceptos utilizados en los mismos. Por lo tanto, es posible pensar que el zombi, como respuesta a la situación antes descrita, es una especie de humano posmoderno, ya que en su constitución bulle el miedo que despertó la muerte de la verdad absoluta y el aislamiento paulatino que provocó la tecnocracia. 

 

       Sin embargo, hasta aquí no he adelantado nada nuevo, que el zombi es crítica del capitalismo salvaje es materia de propios y extraños. Lo interesante es pensar en la manera en que se ha transformado al cabo del tiempo: en un tópico, o incluso, un lugar común.

 

      Como respuesta al agotamiento del tema surge en años recientes el acercamiento, por parte de algunos filmes, a la parodia y la burla del subgénero, tal es el caso de Zombieland (2009). Linda Hutcheon, teórica canadiense, habla de lo ridículo como característica importante del discurso paródico. Este ridículo está fuertemente ligado a un sentimiento de ironía y a una reescritura (léase palimpsesto) en tono de burla. El cine posmoderno acude a estos elementos para deslegitimar los tópicos o temas ya establecidos y construir un monumento al desencanto.

 

       Con esto en mente, volvamos a The dead don´t die, la cual narra la historia de un grupo de personas que debe enfrentarse a una invasión zombi en un pueblo estadounidense. El argumento, en apariencia sencillo, adquiere densidad por su tratamiento. En la película, lo paródico del cine posmoderno es llevado hasta el absurdo, en un afán por burlarse (u homenajear, según desde donde se le mire) y desacralizar los elementos comunes del subgénero.

 

        Un ejemplo de lo dicho: ninguno de los personajes, en especial los policías protagonistas, se cuestiona sobre lo extraordinario de los eventos. Todos asumen, en cambio, con naturalidad, la debacle que se desencadena, es decir, en lugar de reaccionar con horror ante el caos, hay un extraño sentimiento de calma y naturalidad. Lo mismo ocurre cuando, al hacer un juego de metaficción, el oficial Ronald Peterson (Adam Driver) afirma que ya conoce el guion de la película. En realidad, él afirma lo que el espectador asume, que todos conocemos los guiones de las películas de zombis, que todos compartimos el código del subgénero evidenciado, burlado y satirizado en The dead don´t die.

 

         No se piense que este cine es nuevo, tiene décadas construyéndose y renovándose. Solo que en la actualidad, tal es el caso de la película que nos atañe, ha comenzado a burlarse o hacer revisiones de los subgéneros que creó. Como lo son los largometrajes que contienen elementos del terror, pero procuran un tratamiento estético propio del llamado cine de arte (Pasolini lo nombró cine de poesía), como Voraz (2016), o El legado del diablo (2018). 

 

         The dead don´t die se inserta en la tradición del cine posmoderno, que, a la muerte de los grandes relatos, desembocó en nuevas formas de contarse el mundo. Jim Jarmusch, consciente de esta situación, partícipe activo de ella, erige con su nueva película un monumento a los tiempos inciertos, siempre con su particular visión que de tan sardónica se vuelve poética.

 

 

Imagen tomada de internet.

 

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