La neta del planetaPérgola

¡No más palabras bonitas!

/ por Mapi/

 

¡El amor! ¿Qué haría haríamos sin él? Una palabra con millones de significados, que es expresada de mil formas, pero, ¿qué pasa cuando se usa para dañar? 

 

      Hace más de dos años salí de una relación que me trajo muchas cosas buenas y malas; duré con él casi tres años. Estaba cegada, sabía que lo que sentía no era real, simplemente era para llenar un vacío y  encajar en un grupo social. 

 

      Al principio todo era increíble, el típico estereotipo de un “buen chico”: romántico, caballeroso, atento, gracioso. Después todo cambió. Comenzaron los celos, el sarcasmo, los insultos, hasta que empecé a temer. Me cuestione si lo que estaba pasando era normal. La realidad es que no.  Lo primero que hizo, sin que me diera cuenta, fue controlarme; tenía el número de todos mis amigos, cuando yo no le contestaba les llamaba para saber con quién estaba. Después me alejo de ellos, me hacía sentir que no le ponía atención, entonces dejé de salir con tal de verlo feliz. Perdí mi último año de preparatoria, dejé de lado todos los buenos recuerdos que pude vivir y empecé a sentir culpa. Nada de lo que hacía era suficiente para él. 

 

      Entré a la universidad y todo empeoro. Él ya no tenía control sobre mis amistades porque ahora no conocía a las personas con las que estaba, sus celos fueron creciendo y mi autoestima bajando; llegó a insultarme de mil formas, un día me dijo que lo estaba engañando. Exploté, le di el gusto de pensar que fue cierto. Eso fue peor porque él también explotó, me gritó y después se pusó a llorar. Las lágrimas siempre fueron su arma para hacerme sentir culpa y entre sus frases favoritas para chantajearme estaban: “no puedo vivir sin ti”, “sin ti no soy nadie”, “lo hago porque te quiero”,”de verdad te amo”, “cambiaré porque mereces a alguien bueno”. Jamás lo hizo. 

 

      Otro día, llegamos a mi casa, de su cartera sacó un billete, lo aventó a la mesa y me dijo “gracias por el servicio”. Me enojé demasiado y él solo se rio. Dijo que solo era un chiste, que no debería ponerme así y que después de todo él siempre pagaba y tenía que “agradecerle” de cierta forma. Sus palabras me quemaron, pero no hice nada. Me quedé parada, con la autoestima pisada y no dije nada. Hasta hoy.

 

      Me hice amiga de dos personas increíbles (casualmente ambas llevaban el mismo nombre), una de ellas me dijo “quién te quiere debe de hacerte sentir segura”. Después de eso, él salió de la ciudad por una plática de su universidad, por lo que casi no hablamos. Pude pensar y darme cuenta que estaba perdida. Todo el tiempo estaba de mal humor y con ganas de pelear; a diario despertaba con culpa, siempre estaba ansiosa y mi cuerpo ya no podía más; me empezó a salir mucho acné en la espalda como síntoma de estrés. Cuando regresó le dije que quería un tiempo, al principio se pusó a llorar, me dijo que cambiaría, que me amaba y que sólo eran días malos pero que íbamos a superar todo. No fue así.

 

       Me hizo creer que me daría el tiempo que le pedí, en realidad en ese lapso se esforzó a ser un “nuevo”  hombre; me llamaba todos los días, preguntaba cómo me había ido, me escribió mil cartas y regaló muchas flores, libros y dulces. Detalles que había dejado de tener. Yo sabía que solo lo hacía porque quería volver a conquistarme. 

 

      Pasaron dos semanas y termine con él. Jamás me había sentido tan ligera. La sensación no duró mucho. Un día, estaba con mis amigos en mi casa y él llegó, tocó la puerta como un loco, gritó que exigía verme y que lo nuestro no había acabado,  que yo no podía estar con otra persona que no fuera él. Mi mamá salió, ambos se gritaron, él la insultó y ella dijo que llamaría a la policía. Después de unos minutos, que parecieron eternos, se fue. Lo bloquee de todas mis redes sociales, evité todos los lugares a donde solía ir y me alejé de todo lo que tuviera relación con él. 

 

      Estuve con un hombre que no me dejaba usar faldas, ni tener amigos, con el que tuve que fingir más de una sonrisa; alguien que me daba flores después de cada pelea y que me trataba como una reina frente a los demás, pero a solas me hacía sentir un objeto más. Lo amé, pero, sobre todo, le temí. Con él nada era lo que parecía. Nunca me golpeo pero sus palabras y sus celos se sentían como pequeñas puñaladas. Con él, perdí mi esencia y me ahogue con mi tristeza. 

 

      Desafortunadamente, mi caso no es el único. Según el INEGI, en México, 49 de cada 100 mujeres mayores de 14 años, sufren violencia psicológica, física y sexual, que muchas veces les ocasiona la muerte. Las causas de estas violaciones varían, no se ha encontrado un patrón psicológico que caracterice a estos violadores; sin embargo, entrevistando a dos psicólogos y 3 mujeres de 20, 38 y 57 años  se encontró los siguiente: 

 

      Al preguntarles cómo llegó a conquistarlas, la mayoría contestó que con halagos y obsequios: “con halagos, me hizo creer que era la mujer ideal, que éramos compatibles.” (R, 57 años), “Era amigo de mi mejor amigo. Al principio era muy cariñoso y me hacía muchos cumplidos.” (P, 20 años). Sin embargo, estos cariños cambiaron drásticamente y se convirtieron en insultos o golpes. 

 

       La mayoría de las víctimas aseguran que sus ex- parejas las culpaban por cosas que no hacían y después eran manipuladas de tal forma que ellas tenían que pedir perdón y remediar el problema: “Era muy manipulador, para él era muy fácil revertir la situación, lograba que yo le pidiera perdón por algo que no hice.” (P, 20 años). Este tipo de manipulaciones tiene como finalidad dominar y confundir a las víctimas, quienes se sienten amenazadas por lo que sus parejas dicen o hacen; como el caso de R, una mujer divorciada de 57 años que vivió con un hombre golpeador, diagnosticado con psicosis y alcoholismo. La agredía física y mentalmente, al principio la pellizcaba y jaloneaba cuando no hacía lo que quería, después le golpeaba las piernas o espalda (zonas en las que los golpes se podían ocultar) y finalmente le pedía perdón, diciéndole que lo hacía por su bien.

 

      La mayoría de las víctimas no hablan de este tema en su momento, no porque no quieran sino porque tienen miedo o no saben con quién hacerlo: “Me daba pena y miedo, cuando se dio cuenta que ya no quería estar con él,  amenazó con lastimar a mi familia. Él nunca me agredió enfrente de los demás, siempre se comportó como un caballero.”( A, 38 años) “En su momento no hablé porque me alejó de mis amigos y familia. Me hacía pensar que no tenía a nadie y sólo podía confiar en él.”( P, 20 años). La normalización de estas relaciones ha ocasionado que se vuelvan más frecuentes. Incluso le echan la culpa a las víctimas por aceptar ese tipo de tratos.

 

       Sin embargo, en una relación no debería de existir celos, restricciones, amenazas, golpes y cualquier otro tipo de violencia física o mental.  Ese dicho tonto de “te cela porque te quiere” no debería de existir, celar no es querer sino poseer; nadie se debería de sentir obligado a dejar de lado sus amistades, a cambiar sus gustos o su apariencia. Dejemos de normalizar la violencia y comencemos a respetar a las personas que nos quieren, porque una relación sana es estar juntos pero no revueltos.

 

Foto tomada de internet. 

 

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Tags :Relaciones tóxicasViolencia

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