Hay que hablarlo

Déjenme ser

/por Natcisa/

 

          Hay mínimo un momento al día en que ciertas preguntas me abruman, dejándome incapaz de hacer nada más que pensar. Rondan por mi cabeza pensamientos como: ¿por qué la sociedad se descompone día con día?, ¿qué hay de malo en mí?, ¿por qué no podemos ser nosotros mismos?, ¿cómo tengo que vivir?, ¿quién tengo que ser? Y es, después de darle vuelta a las cosas por un rato, que me doy cuenta de la gran mentira: la sociedad es una burla, nada más y nada menos, y ya lo han dicho, es sólo una creación humana, un invento. Yo me aventuraría a decir: la sociedad es un experimento, no sé de quién, no sé para qué, pero a eso me suena. 

 

          Al principio, cuando comencé a escribir esta columna, quería debatir de todo aquello que nos han hecho creer desde pequeños: tabúes, roles de género, expectativas, maneras de comportarnos, etc. Sin embargo, creo que me di de topes cuando sentí que no estaba escribiendo como yo lo hago, no estaba siendo yo mismo a través de las letras que tanto amo hacer bailar en líneas blancas, y eso hay que hablarlo. Últimamente he estado «mal», de acuerdo con la percepción que tiene la sociedad; tener ganas en general. Pero esto para mí es estar bien, no estar bien es estar bien, ¿tiene sentido? No, y no creo que deba hacerlo, sólo debe de existir, así como yo, existir y nada más. 

 

          Siento que la sociedad ha creado estas varas excesivamente altas —metas carentes de significado propio, aceptadas con la aprobación de quién sabe quién— a las que todos debemos llegar, y no sólo llegar, sino superar e incluso derribarlas creando nuevas. Esto nos trae problemas existenciales, generándonos una pérdida de energía y de tiempo. Y vaya que lo del tiempo es algo sumamente importante en la actualidad. Sentimos que el tiempo no nos alcanza para nada, y la verdad es que sí, no alcanza, pero no es por no saberlo administrar —aunque claramente ésto tiene relación— sino porque nos llenamos de tantas actividades, compromisos, metas, deseos, promesas, propósitos, probablemente innecesarios para intentar alcanzar «la plenitud» como seres humanos. 

 

          ¿A cuántos de nosotros no nos han llenado la cabeza con el perfecto desarrollo de nuestra vida: estudiar, trabajar, casarse, procrear, dejar un legado, morir plenos? ¿Y si eso no es para nosotros? ¿Y si no todos estamos destinados a vivir la vida de esa manera? ¿Y si cada plan es un árbol diferente y no tiene que ser el que más frutos dé? ¿Por qué es tan complicado para nosotros mismos aceptar las diferentes maneras existentes de vivir el tiempo prestado en este mundo de papel?

 

          Constantemente me siento presionada a ser más de lo que soy, por explotar al máximo el potencial que supuestamente se encuentra dentro de mí, busco pasar todas las varas habidas y por haber y ser mi mejor versión. Empero, ¿y si mi mejor versión es la de ahora? ¿Y si esto es todo lo que puedo o quiero llegar a ser? Quizá llegué a ella más rápido de lo usual, mas aún hay quienes buscan hacerme seguir mejorando.Tal vez aquí es donde yo entro en conflicto. No sé qué tanto se espera de mí. No sé qué espero de mí. 

 

          No concuerdo con algunas, diría más bien demasiadas, ideas de la sociedad: no siento que me identifique con un género, aunque me cueste admitirlo; no me identifico con los roles que debo jugar por mi sexo; creo en el fijarse en alguien sólo por su esencia y personalidad, sin fijarme en su sexo, género u orientación sexual; no quiero pasar el resto de mi vida con una persona ni tener una relación ; no quiero traer más criaturas al mundo, quizá me gustaría adoptar; no me gusta estar tanto tiempo con la gente; creo en el sacar de tu vida a quién te dañe, a quien no te de paz; no quiero estudiar y luego trabajar, pues estudiar ni es de mis cosas favoritas; y de más cosas por las que se me ha criticado —o se me podría criticar— al no cumplir con los estándares e ideales. Se me ha criticado por ser.

 

          He vivido mi vida siempre buscando ser el mejor —sin hacerme sonar como un ser engreído y orgulloso. Lo he logrado sin esfuerzo alguno, pero sin ninguna satisfacción. Siento que se espera mucho de mí por las cosas que he hecho. Y repito, ¿y si ya no hay más que lograr? Cada que paso una vara y viene otra lo veo más bien como un juego sin fin —como los laberintos de los que nos habla Sor Juana—, y no soy capaz de ver la salida. 

 

          Existe demasiada presión sobre los hombros de la juventud. Recuerdo una clase donde el profesor nos hizo darnos cuenta que las historias de éxito y superación que tanto resuenan están en peligro de extinción. Es complicado que esas historias sigan sucediendo: es muy difícil toparse con una historia como la de tus padres, ellos que vienen desde abajo y ahora están arriba, por lo tanto, tú empiezas de arriba. Te toca seguir escalando, sólo que en menor medida. ¿Cómo sobresalir en un mundo donde todo ya está hecho y dicho? ¿Sientes mi angustia? ¿Entiendes qué quiero decir?

 

          No sé qué se espera de uno. Yo creería que la solución a tantos jóvenes presionados, deprimidos, ansiosos, obsesionados, «enfermos», es que vivan su vida de la manera en la que quieran. Claro, sin meterse con la de los demás, pues como bien se dice por ahí: mi libertad termina donde empieza la del otro. Sin embargo, he aquí lo que tanto he tratado de decir, tenemos tan arraigado a nuestro pensar que debes siempre mejorar, siempre triunfar, siempre salir de donde estés, y antes creía que no querer esto era pensar mediocremente, pero para nada lo es. ¿Acaso no venimos a disfrutar la vida, a intentar vivirla, a tratar de llenarnos de experiencias mundanas antes de morir? ¿Qué caso tiene «lograr y tener todo» si al momento de tu muerte te arrepientes y no sientes que haya valido la pena estar vivo? Yo no sé qué significa estar vivo.

 

          Creo que nos toca a nosotros superarnos como personas, ya no como personajes dentro de una sociedad. Intuyo que nuestra problemática principal somos nosotros mismos, pasamos del hombre contra la naturaleza, el hombre contra la sociedad, al hombre contra sí mismo, al hombre contra su mente. ¿Realmente somos capaces de seguir viviendo ignorando la manera en la que nuestra mente cada vez está más dañada? Se dice que 1 de cada 4 personas padece una enfermedad mental. Suena poco, pero ponte a pensar en todas las personas a las que conoces, ya no es tan poca cosa, ¿verdad? La mente es maravillosa; o está a tu favor o no, y depende mucho la relación que mantengas con ella. Podría decirte que la mía no es tan buena. Leí por ahí lo siguiente: ¿es realmente necesario para ti estar así de ocupado o sólo tienes miedo de ir más lento y estar en silencio con lo que hay dentro de tu cabeza?

 

 

Los textos así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan la opinión de la UDLAP. (Para toda aclaración: esporarevista@gmail.com)

Tags :Sociedad

Te podría gustar