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Simpleza a través de los recuerdos

/ por Rodrigo Lichtle/

 

 

Los recuerdos son uno de los temas que más me ha interesado a través de los años. Todos tenemos recuerdos y de alguna manera nos encontramos encadenados a ellos, ya que incluso llevan a hacernos quienes somos. Junto con éstos se encuentran las fantasías y los sueños. Pero, sobre todo, están las ideas que los conforman.

Borges varias veces presentó en sus ensayos, e incluso en su constante repetición de la circularidad y auto-referencia con sus cuentos, la posibilidad de que la historia es resumible a través de unas cuantas metáforas y su evolución. De cierta forma, varios textos literarios se han tratado de ver de esta manera: desde personajes que pasan a ser adjetivos, de historias a metáforas de países, situaciones, temores y sentimientos, hasta la psicología de protagonistas que hacen sentir que todos somos iguales en nuestra subjetividad.

     En la actualidad es imposible pasar por alto la estética simplista. El mundo del diseño, considerando todas sus áreas, parece obligado a encontrar la perfección en lo menos, manteniendo mínimos y claros detalles. Aunque el detalle sea importante, está claro que no hay mucho que hacer, ya que se mantiene a través de lo menos posible.

     Enfrentándome a mi ignorancia sobre el tema, creo que, como un escritor de cierta forma occidentalizado, debemos ver la estética asiática como forma de entender mejor este minimalismo. Retomar a Borges de entre múltiples escritores no es gusto personal ni casualidad. Esta vez me parece relevante ya que él fue uno de los que más apreciaron la cultura asiática. Es más, varios de sus cuentos e historias favoritas son orientales. Incluso su circularidad y eterno ciclo pueden considerarse bastante orientales y remitentes a la reencarnación budista o hinduista.

     Si analizamos la cultura oriental a través de la simpleza y el minimalismo, encontramos que es una estética clara y general. El primer ejemplo que se me ocurre son los haikus (poemas japoneses de tres versos) que, con todo y su nivel de simpleza, alcanzan el detalle. Además, como muchos de los grandes versos, llegan a ser complejos y abarcan diferentes significados. También me vienen a la mente casos como la arquitectura de interiores, las historias, las leyendas y las artes plásticas. Empero, Under the Wave off Kanagawa es una obra que quiero tratar a detalle.

     Esta pintura la conozco desde varios años atrás, pero fue hace unos meses que le di verdadera importancia. Con todo y que se hizo en el siglo XIX, se amolda bastante a los gustos contemporáneos. No por nada copias de la pintura se encuentran expuestas en museos como The British Museum o The Art Institute of Chicago. Pero a mi parecer, si uno observa la pintura, verá la importancia en el detalle y, al mismo tiempo, la simpleza general. En éste se encuentra el Monte Fuji de fondo, casi como una miniatura desde el punto de vista que el cuadro considera. De ahí en fuera, se mantiene un color simple y uniforme: un cielo que toma el color del material en el que esta obra fue impresa. En este plano sólo se observa ese detalle, ni siquiera algún otro indicio de tierra. También hay tres barcos pesqueros, todos contra-corriente. Si se mira con detenimiento a las personas que están en cada bote, uno identifica esa simpleza, incluso repetición. Lo principal termina por ser el mar y las olas. El mar parece estar sólo para crear lo que sería la great wave, a punto de engullir todo lo que describí con anterioridad. Haciendo un último detenimiento, resaltaría el enfoque en la espuma y el final de la ola. En su movimiento y la forma que esta toma. Se nota la espuma caer a causa de la furia del mar. El final de la gran ola parece manos que engullirán todo.

     Esta es una gran representación del minimalismo oriental, así como una muestra de la estética actual. Un momento donde el detalle se encuentra pero, a la vez, la repetición. Donde un todo puede aparentar sencillez y es lo específico lo generalmente rescatable. Del mar existen muchas representaciones, pero ésta se destaca por cómo captura ese movimiento en el final de la ola, en la perspectiva que toma y que muestra imponente al mar, incluso superior a una de las montañas más grandes e importantes de Japón. Pero aún más: contiene pocos elementos y es sólo uno el maravilloso por el que el cuadro toma su nombre.

     Retomando a Borges, sus historias tendrán un gran lenguaje, buenos personajes, tal vez ideas metafísicas de trasfondo; pero si se consideran muchos de sus cuentos como ejemplo, terminarán por ser los simples detalles los que formen esos grandes finales, pequeñas referencias las que nos remitan a un filósofo, una ideología o incluso a una poética. A mi parecer, Borges nos lleva a pensar que todo se puede simplificar o hacer mínimo, que la historia es unidad, y que la eternidad es la constante repetición de ésta.

     En su ensayo El sueño de Coleridge presenta la idea de dos palacios fantásticos, soñados iguales por dos personas diferentes en siglos distintos y, que con casi seguridad, no supieron de la existencia del otro palacio igual al que imaginaron. A esto Borges dice: “Si no narra el esquema, alguien, en una noche de la que nos apartan los siglos, soñará el mismo sueño y no sospechará que otros lo soñaron y le dará la forma de un mármol o de una música. Quizá la serie de los sueños no tenga fin, quizá la clave esté en el último”. Él imaginó un mundo donde nos encontramos en un ciclo constante y repetitivo, la historia sólo es la repetición de metáforas y sus diferentes interpretaciones. Si hay millones de interpretaciones del mar, tal vez sólo sea el detalle que diferencie y resalte a cada una de las otras. Si el todo y las formas de expresarnos se pueden resumir en unas cuantas ideas, simples y objetivas, entonces, ¿qué sería más importante: la forma, la idea o lo singular que en ella se representa?

 

*Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto.

 

 

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