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Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno

/ por Rodrigo Lichtle/

 
 

Borges en 1941 escribió un cuento bajo el nombre de “La biblioteca de Babel”, donde compuso las siguentes oraciones: “No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno”. Me parece que este autor siempre intentó buscar la unidad que englobara el todo. Otro bibliotecario en el cuento “El milagro secreto” le dice al protagonista: “Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola”.

   Tal vez el mejor ejemplo de lo primero que esta cita nos quiere decir es “El Aleph”: “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) eran infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.” Dichas frases tomadas de diferentes cuentos de Borges van dirigidas a este todo en lo mínimo y la simpleza. En el caso del Aleph, uno puede ver el mundo, a él mismo y el universo en sólo ese pequeño punto que existe en el ático de una casa. En otro cuento, una novela no tiene final, sino que es capaz de abarcar todos los finales posibles dentro de ella. De esta forma, él siempre trata de encontrar estas cosas tal vez insignificantes y que comúnmente no pensamos muchos, pero ve la posibilidad de hacerlas más, incluso todo. Si creemos en un libro del destino, éste contendría el inicio y el final de mi vida, de la tuya y del universo; en pocas palabras, en un solo libro estaría todo el tiempo. Estos son los tipos de ideas que se cuelan en muchos de los cuentos del autor argentino.

   Pero queda preguntarnos si podemos encontrar aquel libro total de la biblioteca, ¿la biblioteca entonces es necesaria? Si es posible abarcar el todo en el uno, entonces sólo ese uno es necesario y suficiente. Si retomamos el ejemplo del libro del destino, si podemos tener ese libro y leer la vida de cada una de las personas que existieron, existen y existirán; y del universo o universos, ¿sería necesario algo más, o que estas vidas existieran? Aparentemente esta unidad es platónica, dirigida a la verdad. Platón creía que había un mundo de ideas. En él había una idea de la Mesa donde todas las mesas de nuestro mundo son sólo aproximaciones a esa idea total y única de la Mesa (la mesa perfecta e inmutable). De esta forma, muchos de sus cuentos llevan a la metafísica y al idealista, y la construcción de sus cuentos tienden a que en el final se descubra esa Verdad platónica oculta pero siempre presente.

   Borges también se preguntó acerca de la repetición de la historia y el tiempo. No por nada escribió diferentes ensayos sobre el tema, especialmente “La doctrina de los círculos” y “El tiempo circular”. En el segundo habla de un cuento fantástico donde se “[a]firma que cualquier lapso —un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible presente— contiene íntegramente la historia”. Claro, sin antes haber dicho que “[s]i los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikingos, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino —el único destino posible—, la historia universal es la de un solo hombre”. Es interesante que se termina asociando la unidad con la circularidad. Aquí hace falta detenernos un poco más en el concepto de unidad. En Borges es bastante variado pero es necesario retomar esta idea de una cosa que pueda abarcar el todo. El todo en este autor tiende a ser espacial o temporal, o sea un punto del espacio en el que se pueden ver todos los demás puntos incluyendo lo más específico como lo general (el Aleph) o una novela que contiene todos los finales posibles de un héroe, afirmando la relatividad.

   La segunda parte de la cita se desvía un poco. Aquí parece que el honor, la sabiduría y la felicidad son el resultado sólo de encontrar aquella verdad, por ello puede ser realmente platónica. Uno no puede olvidar que el personaje de “El milagro secreto” muere al encontrar lo que buscaba; mientras que el bibliotecario de Babel termina su vida en la búsqueda interminable. Asimismo se puede recordar “Las ruinas circulares”, que acaba el descubrimiento de la verdad y la muerte: “Por un instante pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñando”. Pareciera que el final de todo hombre no es más que encontrar esa verdad antes de morir, o aceptar que no pudo encontrarla en vida. Aquí estarían involucradas dos posibles verdades. La primera, que es el caso de la cita posterior, es la verdad de uno mismo y de su origen. La segunda es la verdad del todo. Si morimos y vamos al cielo o al infierno sabríamos que la verdad del todo es Dios, que existe y que es omnipotente ante todo (amenos de que eso sea una ilusión).

   La última parte es la más famosa: “Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno”. Para esto no puedo evitar pensar en Altazor: “Que Dios sea Dios / O Satán sea Dios / O ambos sean miedo, nocturna ignorancia”. Creo que si ambas partes llevan a una dualidad clara, igualmente llevan a la unidad. Al creer en ambos, primero se tendrían que aceptar varias mitologías como son los ángeles, los demonios, etc. Junto con esto a Satán, y si se acepta, también tendríamos que aceptar la existencia de un Dios creador y superior a todo lo demás. Si es el caso, entonces terminamos en esta unidad. Borges nos diría “[l]a eternidad quedó como atributo de la ilimitada mente de Dios, y es muy sabido que generaciones de teólogos han ido trabajando esa mente, a su imagen y semejanza”; de esta forma, esa “imilimitada mente” abarca todo, incluyendo la eternidad. En otro caso, Borges, citando indirectamente a Philipp Mainländer, dice que: “imaginó que somos fragmentos de un Dios que en el principio de los tiempos se destruyó, ávido de no ser. La historia universal es la oscura agonía de esos fragmentos”. Si todos somos Dios, no habría duda de que todos somos uno.

   Es de destacar que esta frase de “La biblioteca de Babel”, Borges la reutilizó en otro cuento. Creo que este autor es el que tiene mayor referencias intertextuales. Para quienes habrán leído El Aleph, en “Deutsches Requiem” se dice: “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”. Aunque los texos son de temáticas diferentes, al final sólo podemos aceptar que al infierno, aunque queramos, no vamos solos ni somos los únicos condenados.

 

 

*Théodore Géricault. Le Radeau de la Méduse, 1819. Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto.

 

 

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