Condado

Ternario

por María Fernanda Guzmán /

 

Una vez pensé por qué se le atribuye más valor a una estrella fugaz que a la Andrómeda. La Andrómeda es un cúmulo de diversas estrellas que se diferencian en tamaño, componentes y colores; además, pueden ser apreciadas desde este cúmulo de tierra a pesar de localizarse a millones de años luz. Sin embargo, la gente acostumbra pedirle un deseo al movimiento de un objeto que por casualidad coincide con el desplazamiento de su pupila; posiblemente el problema se encuentre en el “acostumbra”, ya que, al no saber distinguir un cuerpo celeste de un satélite artificial, podría estar implorando sacarse la lotería al Morelos 3.

     A mi abuelita llamémosle Rose.

Rose me regaló un anillo de compromiso cuando tenía como doce años haciéndole prometer que con él puesto no me mordería las uñas. No lo logré. No recuerdo cuándo de verdad lo dejé de hacer.

     Ella enfermó hace cinco años y recayó hace año y medio, justo cuando tenía que tomar la decisión de irme de intercambio un año. Después de que mi familia hablara con los doctores, mi mamá me lo planteó de la siguiente forma: quedarme y verla un año más, o irme (pues no sabíamos cuándo tendría una oportunidad igual) y volver, lo más seguro, sin que ella estuviera aquí.

    Fui a verla, prometió esperarme.

   Antes de irme le regalé a mi novio, con el que llevaba algunos años, un par de anillos para prometerle que le sería fiel estando lejos. Allá procuré mantener contacto con él todo el tiempo, aun cuando se alejaba, no me platicaba por semanas y sabía que había dejado de estudiar, yo seguía allí.

  ¿Por qué sentía que había valido la pena haber llorado tantas noches cuando él me contestaba un mensaje después de días?, esa misma noche lloraría también. ¿Por qué lo esperé el catorce de febrero, en mi cumpleaños, en año nuevo, sentada frente a mi computadora mientras pude haber estado con mis amigos?, ¿por qué me deje insultar una y otra vez pensando que un día se daría cuenta de lo que hacía?

    Yo me imaginaba la mujer más fuerte del mundo, firme, alguien que nunca rompería una promesa, si lo hiciera. ¿Sería débil si lo hiciera?, pensaba que rompería mi orgullo como persona, pero hoy me pregunto: ¿Cuál orgullo?, estaba vacía, mi yo únicamente giraba en torno a un no yo.

   Tras mudarme, en mi tercera mañana fui al gimnasio junto a mi casa. Allí conocí a una viejita de ochenta años llamada Cleofás. Todo el año (excepto los domingos) corría con ella. ¿Por qué a unos se les da salud y a otros no? A ella le confié los problemas que tenía en aquel presente; sin darse cuenta, me preparó para afrontar la muerte de alguien amado. Cleofás había perdido a su esposo, amigos y a uno de sus hijos, y era, a mi parecer, una de las personas más felices que había conocido.

   Al terminar el año, Cleo me regaló un tercer anillo, un pequeño anillo charro que entró a mi colección con la promesa de volver un día para verla de nuevo. En mi casa hice maletas y al día siguiente estaba junto a mi abuela. Su rostro había envejecido más rápido que los veintidós años anteriores. La saludé, no me habló, me escuchaba, me dijeron que era la última nieta que faltaba por visitarla. Dormí junto a ella por la tarde, en la noche me fui. Rose murió la mañana siguiente.

    El anillo de Rose había adquirido una importancia simbólica que se elevó a lo largo del año. Entre los nietos yo fui quien pasó más tiempo a su lado y siempre recibí un trato distinto; hasta hace muy poco vine a enterarme que el día en que nací su padre murió. Puede que no sea cierto, mis tíos me dijeron que ella había estado esperando para verme de nuevo, hace meses el doctor les había dicho que le quedaban pocos días, no había necesidad de llevarla ya a un hospital.

   He de haber valido mucho para ella sí hizo un acto tan grande hacia mí; soy valiosa, posea una gran importancia como persona.

   Mi abuela había cumplido su promesa, porque sabía que era una promesa que valía la pena mantener. No como la mía con mi novio que me hacía sentir vacía y me hundía en un posible orgullo falso para mantener una relación que ya no existía. Lo dejé después de estar con él cinco años, aun cuando esta vez sí volvió a estudiar luego de asegurármelo varios semestres, ¿por qué no me di cuenta antes del daño que me hacía a mí misma?
Ahora comprendo que las cosas tienen un valor simbólico, y que éste siempre varía de un sujeto a otro. El valor que le doy a mis tres anillos es lo que me conforma como persona hoy en día: hacen que recuerde que hay quien me amó, que hay quien me ama y que yo misma debo amarme.

 
 

*Foto de Minerva Talarán. Encontrada en internet. Nov. 2016

 

 

 

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