El incendio del velo

El retrato en la era de la belleza virtual: del fisionotrazo a la selfie

/por Aranzazú Hernández Gutiérrez/

 

La actual calocracia o imperio de la belleza, que absolutiza lo sano y lo pulido, justamente elimina lo bello.

Byung-Chul Han

 

El otro día estuve observando retratos fotográficos de todo tipo, comencé por Gaspar-Félix Tournachon, luego ya muy adelante en el tiempo Diane Arbus, Cindy Sherman, y, por último, miré unas selfies en Instagram y en TikTok. Confieso que sigo varias cuentas en redes sociales, las cuales me impiden imaginar a personas reales, a distinguir ese aspecto característico de otros como, el punctum o la tensión, como escribió Barthes, “El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)”. Si bien el diccionario de la Real Academia define selfie como autofoto, el concepto se ha ido reconfigurando con el surgimiento de nuevas plataformas, en muchos casos no son solo fotos, sino videos cortos de uno mismo. Si algo de esas fotos me punzó fue la uniformidad y la perfección de los pixeles sobre las pieles. La fotografía se ha vuelto casi otra piel, una virtual. –¿Cómo ha cambiado la noción de retrato, no solo en su facticidad, sino como forma de construir nuestra identidad? – 

 

          Podríamos hablar de la puesta en imagen, en ser retratados y dejarse retratar se establece una noción de paciente y agente de operador (operator) y blanco (spectrum), que implica una performatividad; el retratado interpreta y el operador captura pocas de las muchas maneras posibles de estar de un rostro o cuerpo (Barthes (45,64) Sin embargo, hace tiempo que asumimos el papel del blanco y el del operador. En los tiempos de la selfie la fotografía es una suerte de espejo distorsionado de la realidad, cuyo objetivo es conseguir la mayor cantidad de seguidores posibles.

 

       Para ello, varias aplicaciones ofrecen filtros que ayudan a mejorar la imagen, “corregir” nuestro rostro de imperfecciones: manchas, ojos pequeños, labios delgados, narices anchas, pieles imperfectas. TikTok, por ejemplo, ofrece abiertamente la opción “embellecer” de la que se despliegan: suavizar, contraste, dientes, base, nariz, afinar, lifting, labios, sombra, labial, contorno. No es raro encontrar tutoriales sobre cómo incrementar tus seguidores usando las herramientas que estas plataformas ponen a nuestro alcance; podemos encontrar en YouTube videos al respecto como: “Filtros de instagram para dejar de verte feo”. Los filtros son el sello de una marca cuyo producto somos nosotros. Nuestras fotografías son exitosas según su capacidad de monetización. En segundos nuestra imagen puede cambiar radicalmente, proporcionándonos un aspecto más acorde con el canon de belleza virtual.

 

          Por otro lado, también existen filtros que hacen posible que los usuarios jueguen con el tamaño de su rostro y facciones, podemos parecer personajes animados, animales u objetos. Inclusive podemos interactuar con nuestras propias nociones de identidad a través de los juegos incorporados. Nuestra imagen está en constante construcción. Los filtros se actualizan de acuerdo a la temporada y a las tendencias.

 

         En apariencia, estas plataformas dejan en manos del usuario la mejora de su propia imagen, con algunas elecciones de tamaño, forma o color. Muchas aplicaciones son fáciles de usar para crear nuestros propios filtros, pero ¿realmente decidimos algo? ¿Es la selfie un nuevo tipo de performatividad o un ocultamiento de nuestra identidad en la persecución de un nuevo canon completamente irreal? Desde la antesala de la fotografía: el fisionotrazo (1786) para no ir muy lejos, se buscó perfeccionar el rostro de los clientes retratados. Personas, principalmente de la burguesía, mandaban a realizar retratos mecanizados en miniatura.

 

       Naturalmente la noción de retrato cambió con el surgimiento de las técnicas fotográficas, por ejemplo,  con las tarjetas de visita creadas por Disderi (1988) como uno de los primeros intentos por volver a la fotografía un negocio rentable. Las personas comenzaron a visitar los pocos estudios fotográficos para obtener un retrato, posaban para mostrar su profesión y su grado, gesticulaban de acuerdo a su ocupación. Como diría  Gisèle Freund: “Las manos desempeñaban una función muy importante unos se hacen representar con la mano derecha en el pecho; otros la apoyan con indolencia en la cintura o la dejan colgando a lo largo del muslo” (62).

 

       El estudio fotográfico se volvió un pequeño teatro en el que sus retratados se disfrazaban para mostrarse como querían ser vistos. No tardó en surgir el retoque de los negativos con lo que se buscaba embellecer a los modelos, quitar imperfecciones, manchas y pequeñas deformidades. Desde entonces surgieron acalorados debates en torno a la falsedad de la imagen tras estas intervenciones, con las cuales el sujeto ya no era fácilmente reconocible. 

 

        En la era digital, las aplicaciones que ofrecen estos filtros son en parte una herramienta de entretenimiento, un medio de comunicación, un mecanismo de modelamiento de nuestro cuerpo.  Nos muestran un yo perfeccionado, liso y sin defectos de luz. Esto se traduce en prácticas hedonistas. Nos sumergimos en una imagen cristalizada e irreal de uno mismo argumenta Byung Chul Han:

 

Hoy no solo se vuelve pulido lo bello, sino también lo feo. También lo feo pierde la negatividad de lo diabólico, de lo siniestro o de lo terrible, y se lo satina convirtiéndolo en una fórmula de consumo y disfrute. Carece por completo de esa mirada de medusa que infunde miedo y terror y que hace que todo se convierta en piedra (Han,  26).

 

          Parece que, en este orden, lo negativo, todo aquello que muestre la humanidad del cuerpo en su devenir es atenuado con una gruesa capa de píxeles de un bello pulimento.  Las imágenes digitales nos han mostrado un nuevo tipo de canon de belleza virtual, construido de algoritmos y metadatos. Podemos elegir el más adecuado a nuestro estado de ánimo o el que nos muestra una imagen más atractiva. Esta nueva piel virtual pareciera incrustarse en nuestra vida cotidiana, en nuestro cuerpo, quizá hasta el punto donde las selfies se volvieron un doppelgänger que trastoca irrevocablemente la noción de identidad. Sin embargo, la frontera entre la vida fuera de línea y en línea parece diluirse con facilidad.

 

          En 2018 el término ‘Trastorno de Snapchat’ fue acuñado por cirujanos para denominar el tipo de dismorfia corporal (TDC), que afecta principalmente a adolescentes, los cuales acuden a clínicas de cirugía plástica buscando intervenciones para parecerse a sus fotografías con filtros la “mejor versión de sí mismos”.

 

       La imagen alterada por los filtros ha desencadenado una ola de operaciones de relleno de labios, rinoplastias, bichectomias. Esto se refuerza también debido a la cantidad de videos informativos en los que cirujanos plásticos promueven sus servicios contando las bondades de dichas intervenciones. Son populares los hashtags: bichectomiacheck, rellenodelabios, cirugiaplasticacheck, etc.

 

         Más allá de Snapchat, en las redes sociales como Instagram y Facebook los filtros son una constante. Nos ofrecen máscaras cada vez más efectivas y ajustables. Los referentes aspiracionales somos nosotros mismos. La belleza canónica de película ha quedado un poco en el pasado, para volcarse a una lucha por alcanzar nuestro analogon virtual. El riesgo es precisamente perder la noción entre lo real y la ficción. Las redes nos enseñan cómo debemos lucir y comportarnos. Actúan como medios pedagógicos que trastocan todas las esferas de nuestra vida cotidiana. Luego de mirar muchos filtros de embellecimiento, videos de bichectomias y de escuchar promesas de belleza inmediata, pensé que quizá la ausencia de lo que nos confronta, de lo imperfecto, de aquello que no muere, por su artificio, lo carente de vida, es lo verdaderamente feo…

 

 

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Tags :#filtros#selfies#Tiktok

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