ArbotantesPersistencia retiniana

“Por supuesto que… ¿qué?”

/ por Ricardo Alcántara/

 
 

Los géneros compuestos como la comedia dramática o la policiaca fársica siempre serán un tema amplio. La mayoría de estas películas terminan inclinándose más a un lado que a otro y cumplen un mapa dramático que intercala los tonos entre escenas; un momento divertido seguido de uno romántico, seguido de uno triste y así sucesivamente. Esto nos asegura un guión dinámico, sorpresivo, y entretenido. Nada de lo anterior ocurre en Taller Capuchoc, pero, por alguna razón, es perfecto.

   Cuando en 2014 se estrenó esta producción española, escrita y dirigida por Carlo Padial, protagonizada por Miguel Noguer, provocó opiniones polarizadas. La historia narra la época más triste y desesperada de un escritor barcelonés quien, tras la publicación de su primer libro, cae en una mala racha que lo lleva al borde de la bancarrota y que, luego de suspender su terapia con un psicoanalista suicida, lo obliga a tomar una decisión que va en contra de todos sus ideales: abrir un taller de literatura. A medida que el taller avanza –o el tiempo que pasa aunque el taller no avance–, maestro y estudiantes experimentan una serie de pensamientos existencialistas sobre la literatura; su naturaleza adictiva y contradictoria.

   Sin embargo, aunque en la película no sucede nada ni hay un cambio de tono o ritmo, el resultado es una excelente película. ¿Por qué? Porque todo en ella está diseñado para no tener sentido como historia, sino en hacernos sentir lo que el personaje atraviesa. El planteamiento es una pregunta que se responde a su vez con otra pregunta, negando las respuestas que solemos esperar de una historia tradicional. Es un laberinto que nos lleva cada vez más adentro de una angustia insoluble. Así, el director explora las diferentes posibilidades que se abren ante nosotros cuando el miedo, la frustración y todo lo que toca a la puerta cuando nos decepcionamos de nosotros mismos.

   Lo más interesante es que, a pesar de la densidad de sus temas, el tono es simplón, cotidiano y aparentemente descuidado –cosa que refuerza con una paleta de colores poco constante, el uso de la cámara en mano tembloroza y los diálogos torpes, repetitivos– creando una gran contradicción que resulta hilarante. La película es graciosísima, pero uno nunca se ríe, más bien se compadece. Al final de cada escena, me quedaba la duda de si lo que acababa de ver era extremadamente gracioso o extremadamente triste, considerando el discurso del director, nada podría ser más apropiado.

   Confusa, absurda, salpicada de referencias literatarias; con peripecias burocráticas y
filosóficas, Taller Capuchoc es una pieza única. Si les gustan las historias con principio, desarrollo y desenlace; un inicio explicativo, final satisfactorio y aunque sea un poco de lógica, ver Taller Capuchoc podría llevarlos a odiarme. Pero si les gustan las películas filosóficas y poco claras, y se consideran amantes (o víctimas) de la literatura tienen que verla ¡ya!

 

FB: Patas Escuadras

 

 

 

*Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto.

 

 

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