Conciencia derramada

¿Para quién nos vestimos las mujeres?

/por Tania Rivera/

 

Cuerpos tendidos, cuerpos 

Sometidos, felices, concretos, 

Infinitos… Idea Vilariño 

 

Una de las pocas cosas de anatomía que aprendí en la primaria es que la piel es el órgano más grande del cuerpo, lo que jamás me dijeron es que cada pliegue, arruga, mancha y curva que la integran no me pertenece. El cuerpo femenino al igual que los temas de finanzas, las bagatelas deportivas, los escándalos de los artistas y los políticos, son objeto de debate público; tanto si está cubierto o desnudo, la mayoría espera encontrar en el cuerpo de las mujeres la sed, la ansia de límites y el camino indeciso, como lo refirió Pablo Neruda, es decir los misterios de la poesía, en lugar del contenedor de tejidos y huesos que permite a las mujeres levantarse todos los días, un poco más prosaico pero definitivamente más humano.

 

En ese sentido, las decisiones para ataviar el cuerpo propio-ajeno de las mujeres han sido igual de polémicas. La ropa femenina ha funcionado a lo largo de la historia para demostrar el estatus económico, así como los códigos éticos imperantes de una época. Los escotes, largos y transparencias han estado dictados por el “decoro” y la “moral”, porque ninguna mujer que se jacte de ser respetable rompería estos códigos de vestimenta. Asimismo la moda también ha funcionado como un arma política, pensemos como ejemplo en el uso de los pantalones, que evidenciaron la autonomía y necesidad de confort de las mujeres. 

 

Si bien el abandono de los corsés y vestidos estorbosos son un alivio (especialmente para los pulmones), no significa que se haya terminado con la relación entre la moda y la moral, porque nuestros antepasados decimonónicos no podían prever que en el siglo XXI aparecería algo más horrendo e inmoral que un poco de escote de más o un tobillo coqueto, algo más aterrador que mujeres usando prendas “masculinas”: los pezones. Este elemento que se ha convertido en el terror del algoritmo de Instagram (que por supuesto, tampoco previeron los ancestros) hizo su escandalosa aparición en la escena mexicana cuando la secretaria de economía Tatiana Clouthier acudió a un evento en Washington con un vestido negro… y sin brasier.

 

Ignoraré las teorías conspirativas de Twitter que aseguran que fue un distractor para “la falta de preparación” con la que acudió la secretaria a su cita, porque prefiero enfocarme en como la vestimenta de una mujer siempre será más importante que su preparación académica, su labor previa o sencillamente, su dignidad como persona. En síntesis, parece que (como siempre) Disney nos mintió cuando nos enseñó que “lo importante está en el interior”, ya que el dicho “como te ven te tratan” continúa con una vigencia espeluznante. La indumentaria femenina se ha desprovisto de su funcionalidad, como lo evidencian los bolsillos ridículos y diminutos, los cierres falsos y las telas ligeras en los suéteres, más enfocados en la “belleza” de las mujeres que sus necesidades cotidianas. 

 

Si los bolsillos pintados no son suficiente prueba de cómo la ropa femenina está pensada en todo menos para la comodidad, traigamos un ejemplo ocurrido en los recientes Juegos Olímpicos de Tokio 2021. En redes sociales se viralizó la decisión de gimnastas alemanas, quienes optaron por utilizar uniformes de cuerpo entero en vez de tipo bikini, una declaratoria contra el sexismo y, como comentó la gimnasta Elisabeth Seitz “queríamos mostrar que cada mujer, todo el mundo, debería decidir qué ponerse” (CNN). Sé que podría objetarse a la deportista que todos tenemos esa libertad, podemos vestirnos como queramos, no obstante hay un problema en ese planteamiento: las normas sociales. Al igual que con Tatiana Clouthier, no faltaron las personas que aseguran que hay reglas que deben respetarse, “protocolos” y si no te gustan “para qué vas”.

 

Ahora bien, quizá las situaciones anteriores nos puedan sonar algo lejanas porque no todas somos funcionarias o atletas de alto rendimiento, así que pondré un ejemplo más cercano y directo. Mientras preparaba estas líneas, hablaba con mi mejor amiga, quien me recordó la vez en que su oficina la regañaron porque, un día en que hacía mucho calor, fue a trabajar con un short apenas arriba de la rodilla, pues como le insinuaron “era demasiado provocativo para los compañeros”; además tiene que usar tacones o zapatos de vestir y en general “ir arreglada” porque “tratamos con usuarios y eso da mala imagen”, como le hicieron saber a una compañera que iba muy “fachosa”. Esos eventos en donde se aplica con rigor  el código de vestimenta, curiosamente, sólo ocurren a las mujeres de la oficina, asumo que porque los hombres siempre son respetuosos de las normas o quizá tienen un increíble sentido de la moda y la elegancia.

 

Con lo anterior, refuerzo lo que ya mencioné: la manera en la que nos vestimos las mujeres es más relevante que nuestras acciones. ¿Las atletas alemanas serán mejores si usan trajes cortos y con lentejuelas? No. ¿La secretaria de economía tendrá un mejor desempeño si acude con brasier y saco a una cita? Tampoco, ¿Mi amiga será más eficiente en la oficina con un atuendo de secretaria de los 50? Menos. ¿Por qué entonces nos preocupamos tanto? Una explicación podría ofrecerla Sandra Lee Bartky, quien expone que la opresión ejercida contra las mujeres se da a través del dominio del autoestima, “la interiorización de la inferioridad; así, entre las formas de opresión psicológica se encuentran: i) Los estereotipos, ii) La dominación cultural, iii) La objetivación sexual. Las mujeres son víctimas de las tres” (Coral-Díaz, 2010, s/p).

 

Respecto a este punto, Germaine Greer expone lo siguiente “la mujer es considerada como objeto sexual para el uso y la apreciación de otros seres sexuados, los hombres. Su sexualidad es al mismo tiempo negada y tergiversada al ser representada compasividad… al ser sexualizada es construida al servicio del hombre. La pasividad y la objetivación sexual son las características fundamentales de la mujer como víctima…Tal papel reproducirá los contextos patriarcales y promoverá una historia paralela no significativa en torno a la protección y reparación de las mujeres. Un cuerpo sexualizado es causa de una especial agresión pero también conlleva una red de significados en torno a la situación de subordinación” (Idem). 

 

Destacó la objetivación sexual porque es precisamente contra la que se pronunciaron las gimnastas alemanas, pero sobre todo porque este mecanismo de opresión psicóloga conlleva situaciones más complejas y relacionadas con la violencia contra las mujeres, que no se limitan únicamente a que no les guste tu forma de vestir por no cumplir las normas, sino que puede poner en riesgo la vida de una mujer. 

 

Prueba de ello es que en 2018, la organización Oxfam realizó un estudio sobre las creencias de 5 mil jóvenes entre 15 y 25 años en ocho países de América Latina, y arrojó, entre otros aspectos, que seis de cada diez mujeres encuestadas están de acuerdo en que una mujer “decente” no debe vestirse provocativamente ni andar sola en las calles a altas horas de la noche (BBC). Es decir, la vestimenta ideal de una mujer debe estar mediada por el “recato”, la “mesura” y el “decoro”, porque si, eres un objeto de consumo masculino, pero no te puedes ofrecer tan fácil porque entonces es tu culpa lo que te pase. Entonces, las mujeres tenemos que vernos arregladas, porque somos imagen y presencia, aunque no mucho porque no queremos ser vulgares, ni provocativas, uff y por nada del mundo muestres mucha piel, o bueno si, pero nada más en las competencias de gimnasia o en eventos importantes, ah pero que no acaben muy noche, porque andar en la calle con minifalda es peligroso, uy no y los pezones que no se vean, bueno un poco sexy en la playa por un descuido, ah pero no en una marcha feminista porque qué asco, es como si yo anduviera encuerado en la calle, no, no las mujeres elegantes no usan escote, anda tápate, no mijita ponte un poco de maquillaje que te ves cansada, ay no pareces payaso con tanto maquillaje

 

¿Para quién nos vestimos las mujeres? Fue la pregunta que me hice en cuanto me topé con esta situación, y como siempre que escribo en este espacio, carezco de una respuesta. Idealmente, quisiera decir que las mujeres nos arreglamos para nosotras mismas, igual que promueven las marcas de moda, las influencers o los hashtags en Twitter, no obstante, en un país como México donde reina una gran impunidad y una búsqueda constante de como hacer recaer el peso de la responsabilidad en las víctimas, no estoy tan segura, ¿Nos vestimos para vernos guapas o para estar cómodas y no morir en el intento de caminar por las calles? En todo caso, ¿Por qué tendríamos que elegir una de las dos opciones? No obstante, ante estas preguntas tengo una más importante: ¿Cuándo serán mías mi piel y las decisiones sobre ella? Porque como dijo Idea Vilariño, los cuerpos sometidos también pueden ser felices, concretos, infinitos.

 

Referencias 
BBC (30 de julio de 2018). “Una mujer decente no debe vestirse provocativamente: el estudio que revela cómo muchas adolescentes de América Latina justifican la violencia de género”. BBC NEWS MUNDO. Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45011197.amp 
 Coral-Díaz, A.M. (2010). “El cuerpo femenino es sexualizado: entre las construcciones de género y la ley de la justicia y la paz”. Internacional Law. Recuperado de: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1692-81562010000200011 
Wright R., McCluskey, M. (26 de julio de 2021). “Las gimnastas olímpicas de Alemania que cubren todo el cuerpo en rechazó a la sexualización del deporte”. CNN. Recuperado de: https://cnnespanol.cnn.com/2021/07/26/las-gimnastas-olimpicas-de-alemania-usan-uniformes-que-cubren-todo-el-cuerpo-en-rechazo-a-la-sexualizacion-del-deporte/ 

 

         

Imagen tomada de Internet.

 

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