Conciencia derramada

Dahmer y nuestra fascinación por el crimen, ¿realmente necesitamos historias de asesinos seriales?

/por Tania Rivera/

 

Afortunadamente los vestigios de mi adolescencia son pocos, sin embargo, algo que no me ha abandonado es el agrado por las historias de detectives, que data desde mi encuentro con Sherlock Holmes en la preparatoria cuando leí Estudio en escarlata, hasta ahora que la curiosidad por el crimen y el misterio ha evolucionado hacia la inclinación por conocer las vidas de asesinos seriales. Afición que consideraba me acercaba a comprender el lado más oscuro de la psique humana, aunque tal vez esté más relacionado con la evasión de mis propios demonios o una insana sed de tragedias llenas de sangre. No obstante, me estoy adelantando a las conclusiones y prefiero retornar al inicio de estas últimas indagaciones, cuyo comienzo lo sitúo en la reciente polémica en torno a la serie de Netflix “Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer” (2022).

 

La serie de 10 capítulos cuenta la historia de Jeffrey Dahmer quien asesinó al menos 17 hombres entre 1978 y 1991 en Estados Unidos. Desde su estreno el pasado 21 de septiembre ha generado diversas opiniones entre la audiencia. Para algunos el recurso de hipersexualizar a Evan  Peters, actor que encarna a Dahmer, genera un sentimiento de empatía que no debería existir hacia un ser tan perverso; otros consideran a Dahmer víctima de las circunstancias, un hombre incomprendido que temía al abandono; para otras personas el problema radica más bien en la discriminación internalizada de los policías estadounidenses que por sus prejuicios se negaron a investigar el caso hasta que fue inevitable, y otros, incluidos familiares de las víctimas, creen que esta serie es una falta de respeto a las personas cuya vida cobró. El cúmulo de opiniones antes descritas provocaron que hasta la fecha sea incapaz de ver la serie. Más que nada porque subyace en el fondo de todas estas reflexiones, dudas que me inquietan y en las que nunca antes había reparado, ¿de dónde nace esta predilección por los asesinos?, ¿por qué seguimos replicando sus historias?

 

Por supuesto que Netflix no fue el creador de dicho interés, aunque varias de sus producciones han abonado al ascenso de la figura del asesino serial. Sin embargo, su presencia en el imaginario de la cultura contemporánea obedece a otros factores, entre ellos que los límites de nuestra tolerancia a la violencia han incrementado; los avances en criminalística y psicología permitieron trazar líneas claras en los perfiles de estos delincuentes, y la influencia de los medios sensacionalistas que describen a estos personajes como mentes maestras o sujetos misteriosos cuyas excentricidades son producto de la misma sociedad. Al respecto, Guillermo Jesús Fajardo Sotelo (2022) expone que el asesino serial continúa siendo un “emblema de nuestro tiempo” porque cumple un rol en la cultura como un:

Fenómeno esterilizador de ciertos miedos, en donde su representación a través de la ficción neutraliza su aparición en la mente del ciudadano como algo indiscernible y lo presenta en términos traducibles. Es decir: la cultura es el único lugar en donde el asesino en serie puede ser administrado, pues nos acerca a su figura intraducible por otros medios para, de esta forma, penetrar en su psique (pág. 320). 

 

Fajardo también agrega, retomando a David Schmid (2005), que “la cultura estadounidense está ahora más inclinada a pensar en el asesino en serie como una figura esencialmente estadounidense, de hecho, como una pieza de “americana”, con todo lo que ese término implica respecto a un folklore de tono nostálgico” (pág. 319). No obstante, la prevalencia de este tipo de contenido en diferentes medios audiovisuales como películas, series, o podcast, han resultado en que cada vez más estos personajes casi míticos sean ahora sujetos de culto dentro de ciertos sectores mexicanos. Y parece ser que la necesidad por hallar sentido en las acciones tan descabelladas que cometen estos personajes, de la cual Fajardo habla, puede ser el origen de nuestra inclinación por conocer sus historias.

 

La psicóloga criminalista Julia Shaw explica que tras realizarse un estudio en 2013 en la Universidad de Augsburgo y la Universidad de Wisconsin Madison, con sujetos entre los 18 y 82 años para conocer si al público le gustaban las películas violentas por el goce de la violencia o por otras motivaciones, se encontró que en general la gente disfruta de ellas porque buscaban el propósito de esa violencia, y a su vez poder entender cómo funciona la mente del asesino (Nuño Ada, 2021). No obstante, aquí es donde de nuevo surgen dudas, ¿qué tan ético es calmar dicha curiosidad mancillando la memoria de las víctimas y endiosando a estos criminales?, ¿cuántas veces necesitamos revivir las historias de sujetos como Ted Bundy, Charles Manson o John Wayne Gacy para entenderlos?, y ¿realmente lo necesitamos

 

Para explicar lo anterior, volvamos al caso de Dahmer. El llamado por los medios “Canibal de Milwakee”, en las últimas semanas se ha convertido en una celebridad de internet (algo que tampoco es tan complicado en estos tiempos). Omitiré hablar sobre la hibristofilia1 latente en los comentarios de las personas defendiendo a Jeffrey, puesto que la atracción por la belleza de Peters es una discusión que requiere otro espacio, para centrarme en lo que verdaderamente me parece espeluznante: la identificación del asesino, vista como algo cool, un sinónimo de ser duro y diferente. 

 

En  días recientes he visto tik toks de jóvenes participando en el reto viral “Jeffrey Dahmer victim polaroids” (polaroids de las víctimas de Jeffrey Dahmer), que como su nombre lo indica, consiste en grabarse reaccionando a las fotografías que Dahmer hizo a sus víctimas, llegando a tal nivel que para este texto busqué la palabra “polaroid” en Google y dentro de las sugerencias que me arrojó el buscador fue el acceso a dichas fotografías. Lo perturbador del trend es la incitación para buscarlas, que sobra decir que violenta la intimidad y dignidad de las víctimas y sus familiares, pero lo que me parece aún más grave es la naturalidad con que los participantes de este reto aseguran que no sintieron nada tras verlas, con una suerte de superioridad por creerse fuertes o imperturbables. De igual forma, hay videos realizando actividades cotidianas como comer cereal con la canción de Psico killer de Talking Heads de fondo diciendo “todos asustándose por la serie de Dahmer y yo como si nada”, y el colmo gente que se compró lentes como los de Dahmer, o acudió disfrazada de él a las celebraciones de Halloween porque sienten que son igual de “incomprendidos”. Me pregunto entonces si esto será resultado de la “banalización del mal” de la que en su momento habló Hannah Arendt tras el holocausto, o será solo estupidez e insensibilidad, puesto que estaremos de acuerdo en que una cosa es querer conocer (un tanto desde el morbo) las motivaciones de personas como Dahmer, y otra muy diferente considerarlo como una rock star o un artista cuya obra sangrienta es sólo accesible al entendimiento de quiénes son como él. 

 

Familiares de las víctimas del asesino han dejado clara su respuesta sobre este tema. Eric Perry, primo de Errol Lindsay, uno de los jóvenes quienes perdieron la vida a manos de Dahmer, comentó en Twitter “no diré a nadie qué tiene que ver. Sé que los programas de true crime tienen mucho éxito en estos momentos. Pero, si de verdad sientes curiosidad por las víctimas, mi familia (los Isbell) estamos cabreados con la serie. Significa retraumatizar una y otra y otra vez. ¿Y para qué? ¿Cuántas más películas, series y documentales necesitamos?”. Tras leer esto no puedo evitar compartir la postura de Perry. Cuántas veces no hemos visto una serie o película basada en crimen real sin considerar que hay familias deshechas detrás de los sucesos referidos, sin pensar que se está lucrando con sus recuerdos dolorosos y todo para ver cómo son presentados ante nosotros: tipos súper dotados cuyas habilidades magníficas rayan en la locura, mentes brillantes incapaces de ser contenidas por la sociedad; mientras sus víctimas son un sacrificio necesario para que florezca la obra de estos artistas del crimen.

 

Mientras reflexionaba sobre esta preferencia por la voz del victimario sobre la víctima, recordé el amargo momento que se vivió durante la ceremonia del Premio Xavier Villaurrutia 2021, galardón entregado a Cristina Rivera Garza por su novela El invencible verano de Liliana, obra inspirada en sus ganas de recuperar la memoria de su hermana Liliana víctima de feminicidio en los años 90. Frente a un auditorio repleto de personas, un insigne escritor que ni siquiera voy a mencionar aquí, expresó lo siguiente “comprendo la repulsión de Cristina por el asesino de su hermana, pero como lector me intriga ese personaje y me lleva a recuperar otros, de otras lecturas, semejantes a él… Está claro que los crímenes nos fascinan”. Al escuchar estas palabras no pude evitar preguntarme ¿realmente nos fascina el crimen?, ¿no será que disfrazamos esa “fascinación” de una perversa catarsis?, ¿o será que el crimen nos permite asomarnos a la oscuridad que está en nuestro interior y a la que rehuimos en nuestro afán por ser buenos? No tengo respuesta para ninguna de estas preguntas, pero lo que sí creo es en la conveniencia de cuestionarse sobre esta inclinación por el crimen, sobre todo cuando la historia que nos provoque esta fascinación no sea ficción como en el caso de la obra de Rivera Garza o en el de Dahmer.

 

 Finalmente, tras todo lo anterior, tampoco cabe limpiarse las culpas con golpes de pecho, ni tampoco asegurar que las personas que hemos visto en alguna ocasión una serie sobre crimen real somos tan estúpidamente insensibles como aquellas que se disfrazaron de Dahmer para Halloween. Sin embargo sí quiero concluir con la siguiente pregunta, en un país como México donde la violencia cobra vidas todos los días, ¿realmente requerimos entrar a esa podredumbre que habita a los seres humanos?, y ¿qué esperamos extraer de estas zambullidas en la suciedad? Tal vez hay formas de conocer nuestros secretos recovecos que no sean excavar en las heridas abiertas de los supervivientes.

 

Referencias

Fajardo Sotelo, G.J. (Enero-Junio 2022) “Representaciones del asesino serial en la literatura mexicana, la cultura global, y la pregunta sobre su identidad”. Sincronía. Revista de Filosofía, Letras y Humanidades. Año XXVI, Número 81. Consultado en:  http://sincronia.cucsh.udg.mx/pdf/81/315_355_2022a.pdf

Nuño, A. (09 de junio de 2021). “Por qué a tanta gente le gustan las historias de psicópatas y asesinos”. El confidencial. Consultado en: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2021-06-09/atrae-perfil-psicopata-charles-manson-razones_3116636/ 



 

 

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1 Atracción sexual por gente peligrosa, es un término que fue acuñado por el psicólogo John Money.

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