Conciencia derramada

Basura estética: la india María, humor y racismo

/por Tania Rivera/

 

¿Qué tienen en común una drag queen y la india María? Aparentemente nada, sin embargo, ese es uno de los fenómenos más interesantes en Twitter: la manera en la que trascienden las polémicas desde su origen hasta el mundo del internet donde todos tienen una opinión. En esta ocasión, la hasta entonces nula relación entre las reinas de la noche y una indígena mazahua, apareció cuando una drag queen se vistió del icónico personaje de María Elena Velasco para  La más draga. Un juez del reallity show manifestó su inconformidad, pues consideró inaceptable  que se siguiera representando a alguien que hacía “mofa y exageración de un pueblo originario”.

 

          Antes de cuestionarse si la india María es un homenaje a la comunidad indígena o una vil burla de la condición de los menos favorecidos, es necesario revisar brevemente el origen de las representaciones de los indígenas en el imaginario colectivo y para ello hay que echar un vistazo a la la historia del cine mexicano, esa “acumulación de basura estética, el desperdicio y la voracidad económica, la defensa de los intereses más reaccionarios, la despolitización, el sexismo” (pág. 228) como la describió el escritor Carlos Monsiváis.

 

         Desde los primeros años del México independiente, los indígenas han servido como recurso para oficializar el discurso nacionalista. Son nuestras raíces, ese “esplendoroso” pasado que nos fue arrebatado con la llegada de los conquistadores. Estas ideas no tardaron en emigrar al cine, en donde observamos recordatorios del origen étnico de figuras como Benito Juárez o José María Morelos, como ejemplos de superación y patriotismo. No obstante, no fueron las únicas menciones a la comunidad indígena en las pantallas, entre 1940 y 1980 se realizaron varias producciones con “protagonistas” provenientes de pueblos originarios. Las cintas María Candelaria (1944), Maclovia (1948), Tizoc: Amor indio (1957) y Macario (1960) fundaron la idea del indio no como el descendientes del gran Moctezuma III, más bien como sujetos de vida sencilla, inocentes, alejados de la corrupción de las ciudades, ignorantes, y cuya violencia proviene no de los instintos básicos del ser humano, sino de la naturaleza indómita de sus costumbres. Vestigios todos del buen salvaje proveniente de la conquista, Calibanes que gritan “Te enseñaré todas las partes fértiles de la isla, y besaré tus plantas. ¡Sé mi dios, te lo suplico!” (Shakespeare, p. 34).

 

         Estas elegías rurales, tratados de la inocencia de los mexicanos y la pureza de nuestra raza, se vieron reemplazadas en la década de los 70 cuando aparecieron las primeras películas de la india María, presentando a los indígenas como un personaje cómico, convirtiéndose en una constante en la televisión mexicana. Prueba de ello es que todos tenemos al pensar en un indígena, podemos asociarlo con facilidad al “acento” que utiliza “mesmamente” y “patroncito” y nos reímos porque es un chiste ¿no?

 

         Sería gracioso si no consideramos que en México, la Encuesta Nacional de Indígenas del 2016 arrojó que la mayor desventaja de pertenecer a un pueblo indígena es la discriminación, con un 43.2%, seguido por la marginación y la pobreza. Fernando Benítez nos explica estas cifras: vivimos entre la aceptación del indio muerto (el representado por la arqueología, lo prehispánico, el pasado remoto que es parte de la riqueza nacional) y el rechazo al indio vivo, sinónimo de marginación, pobreza y falta de derechos”. Y no sólo lo rechazamos, también nos reímos, si bien la india María ha sido relegada al espacio dominical de las películas familiares, hay todavía comediantes que se escudan en el humor para seguir perpetuando los estereotipos de los grupos indígenas: torpes, ingenuos, incapaces de comprender el mundo moderno.

 

       Lo anterior es resultado de considerar que el humor no nos hace daño y que podemos cobijarnos bajo su manto para decir todo aquello que deseamos con total impunidad. Sí, el humor ha funcionado a lo largo de la historia como una forma de crítica social, una manera de exponer ante el público sus defectos igual a un espejo horroroso por ser verdadero, sin embargo es evidente que muchos de los comediantes actuales ignoran por completo estas cualidades del género y prefieren irse por la opción fácil: la ridiculización del otro.

 

       Ahora bien, señalar culpas siempre es sencillo y en este caso, tachar de la principal responsable a la india María sería excesivo. Monsiváis nos dice que examinar la historia del cine “nos familiariza —de un modo u otro— con los procedimientos de la ideología dominante que han moldeado la cultura popular y han ofrecido a la vez una interpretación del mundo y un catálogo de conductas ‘socialmente adecuadas´” (D’lugo, 2002, pág. 288) y creo que hacia allá debería encaminarse nuestra revisita a las películas, no sólo de la india María sino a toda esta basura estética que hemos acumulado. Prohibir y censurar estas películas, de nueva cuenta, es la opción más sencilla. Fingimos que no pasó nada y listo. Igual de eficaz que cuando en la primaria ignorabas a tu mejor amigo porque no te había querido convidar papas. Y de paso, también cancelamos a María Félix, Dolores del Río y Pedro Infante y ya, porque eso es lo que hacemos los millenials, acabamos con la historia de México.

 

       Desgraciadamente, esta solución tan simple no acabará con los altos índices de discriminación en México, ni tampoco eliminará la aceptación del indio muerto de la que nos habla Benítez. No evitará que nuestros gobernantes sigan utilizando la imagen de nuestro pasado prehispánico para hacernos olvidar sus actos de corrupción y negligencia, ni tampoco evitará que ahora en día de muertos paguemos a los indios dos pesos la flor de Cempasúchil porque eso es lo que valen para nosotros.

 

          Con todo lo anterior no pretendo recriminarle a nadie el gusto que  le pudieran causar las películas de la india María, ni tampoco María Candelaria o Macario, pero sí es ese el caso hay que hacerlo siempre con la consigna de que el arte es producto de su tiempo y como tal debemos juzgarlo. Está bien darse cuenta de que las fórmulas utilizadas en otro momento histórico ya no funcionan y preguntarnos el porqué de ello. Lo que definitivamente está lejos de ser correcto es aferrarnos a nuestros ídolos y creer que por tener su lugar asegurado en la basura estética deberíamos mantenerlos inamovibles y peor aún, defender con la bandera del humor la discriminación, marginación y pobreza al que hemos relegado a los pueblos originarios en México.

 

 

Referencias
Castañeda de la Cruz, M. (14 de febrero 2018). El racismo que consumimos en el cine y la televisión mexicana”. Chilango. https://www.chilango.com/cultura/personajes-racistas/
D’Lugo, M. (Abril-junio 2002). “Carlos Monsiváis. Escritos sobre cine y el imaginario cinematográfico”. Revista Iberoamericana. Vol. LXVIII, Núm. 199, pp.283-301. https://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/5731/5877
Pineda-Dawe, M. (2012). Estereotipo, frontera y género. Una lectura negociada de tres cintas de la India María. [Tesis de maestría]. Université de Montréal: Canadá. https://papyrus.bib.umontreal.ca/xmlui/handle/1866/9189
Shakespeare, W. (2003). La tempestad. Argentina: Editorial del Cardo. Recuperado de: https://www.biblioteca.org.ar/libros/1140605.pdf  
Universidad Autónoma de México. (2016). En México, ser indígena representa discriminación, marginación y pobreza: Encuesta UNAM. (DGCS-490). https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2016_490.html
 

 

Imagen portada: Bernardo Ramonfaur – Unsplash 

 

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