Condado

4’33”: Silencio ensordecedor de la posguerra

/ por Ana Arcaraz/

 

La posguerra en Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, trajo consigo el descontento social hacia esta exorbitante era del ruido que combina calculadamente el bombardeo militar y el comercial. De alguna manera, se creó una necesidad de simpatía y de pertenencia en la sociedad estadounidense, lo que dio pie a que muchos artistas sostuvieran posturas distanciadas del canon del ‘Arte’. Intentaron reorientar sus paradigmas estéticos, mostrando simpatía y adhesión, como fue el caso de John Cage, quien adopta el budismo Zen en su quehacer artístico.

  Cage. Nacido en 1912, fue un músico y compositor de la posguerra en Estados Unidos. Con su extraño interés por el ruido y también por el silencio, fue un revolucionario radical; quería alejarse de todo lo convencional, por lo que trataba de producir sonidos suaves, que remitieran a la soledad y que, sobre todo, se alejaran del ruido de los cañones. Cage se movía contra la corriente, trastocaba las normas aceptadas con respecto a la estructura e instrumentación. A pesar de que para este momento la ruptura de la tonalidad ya era un hecho consumado, y en la música académica permeaba la sensación de colapso, Cage fue todavía más allá al utilizar artículos domésticos como instrumentos. Recurrió a sonidos inusuales como la combinación de estaciones de radio, e incluso modificó el piano convencional, creando el “prepared piano” que creaba sonoridades inesperadas al colocar tuercas, tornillos, etc. en las cuerdas tradicionales. Cage no fue pionero en los cambios de la música tradicional. A finales del S. XIX, de la mano de Brahms, Mahler y Wagner, la tonalidad había llegado a un punto donde parecía no dar más de sí. Schöenberg era un profundo conocedor de la música, de los maestros germanos. Su mismo conocimiento lo hizo tener una necesidad de cambio, por lo que desarrolla la atonalidad a partir del dodecafonismo. Cage, quien también había estudiado a fondo armonía y contrapunto, comienza a desarrollar técnicas en su estructura como las “proporciones anidadas” y sistemas de tablas que eran dirigidos por el azar. Con esto, rompía abruptamente con la armonía tradicional pues la música surgía a través de la elección de patrones geométricos que daban la duración, dinámicas, ritmos y melodías.

  Entre sus obras se encuentra 4’33″ que presenta un escenario muy peculiar: Un pianista cruza el escenario, se sienta al piano y cierra la tapa que cubre las teclas. Treinta segundos después, abre la tapa. Repite esta secuencia de acciones dos veces: lo único que cambia es el periodo de tiempo –dos minutos, veintitrés segundos; después de un minuto, cuarenta segundos- entre la apertura y el cierre de la tapa. Tras abrirla por última vez, se pone de pie, saluda al público y agradece los aplausos.

  4’33″ fue compuesta en 1952 y ese mismo año presentada en Nueva York. El día de su estreno, gran parte del público abucheó y se retiró de la sala. La obra en principio no fue bien recibida, como en su momento pasó con Stravinsky y la Consagración de la primavera por su ruptura de la estética, que ocasionó de igual forma, un estreno escandaloso. Se trata de obras que rompieron con el modelo musical establecido hasta el momento. Para 4’33″ fue todavía más difícil, pues ni siquiera contiene sonido, al menos aparentemente. La cámara anecoica fue un parteaguas para Cage; es ahí cuando se dio cuenta que, aun dentro de esa habitación insonorizada, no existe el silencio absoluto: logró escuchar la circulación de su sangre. El silencio real no existe –concluye Cage- no hay ningún silencio que no esté cargado de sonido.(1)

  En una era de tanto ruido, con una sociedad tan dañada como la que habitaba en Estados Unidos en 1952, parecía que lo único que se necesitaba era silencio. Pero no cualquiera. Se trata de un silencio para escuchar, para sentir, desde luego, fuera de los cañones o metralletas. Estamos hablando de una sociedad que no sufrió directamente los estragos de la guerra, pero sí buscaba la empatía y comprensión para los refugiados. Ahora bien, el silencio que se produjo el día del estreno de la obra contenía también sonido. El sonido de alguien tosiendo. Aire pegando contra los árboles. El golpeteo de zapatos que marchan hacia la salida.

  La obra ahonda en la relación del arte y la vida: ambos, porque los sonidos no solo están en lo que produce un instrumento al ser tocado: existen. En palabras de Cage: no necesitan dirección para ‘ser’ ellos mismos. Simplemente son. En 4’33″ podemos encontrar la función de la música como la de cualquier otra ocupación: contribuir para que partes separadas se vuelvan a reunir; en este caso, se habla del espectador y la música en su esencia. En la pieza, lo único que importa es el tiempo, y eso se ve en su partitura.

  Silencios de cuatro tiempos, marcados en cada compás. El sujeto, se encuentra en un lapso indefinido, pues el único que conoce la duración es el intérprete. El tiempo que tardará en levantarse del banco del piano solo lo sabe él. El intérprete y el compositor en conjunto, propician una pérdida de consciencia sobre el tiempo y el espacio, y la multiplicidad de elementos que conforman a un individuo aparece integrada y recupera su unidad. Pero ¿cómo sucede esto? Funciona pensar el silencio como acontecimiento. La música y el silencio se extienden más allá de su rol habitual; asumen un rol activo en el ejercicio de pensar y construir una consideración de las cosas. Recordemos que nos encontramos ante un pianista inerte, cuatro minutos con treinta y tres segundos donde la obra será ese sonido que nace en el aparente silencio.

  Sí, en un principio la obra fue rechazada, pero tomando en cuenta el contexto donde fue construida, podemos ver que de cierta manera puede ejemplificar el contexto social del momento. Todo esto, tomando en cuenta a las personas que lo escucharon: gente con el impacto de una guerra recién terminada. ¿Cómo? El silencio se contrasta con el ruido perturbador que se escuchaba a todas horas durante la Segunda Guerra Mundial y entonces aquél que escuchara la obra, hacía que surgiera un acontecimiento; el escucha se fusiona con la aparición de sonidos y silencios articulando nuevas ideas como la nostalgia de la guerra para ese contexto específico. La música se puede reinterpretar como una actividad integradora y profunda. Estamos frente a una obra que puede ser adoptada por cualquiera, pues en ese silencio aparente se puede insertar lo que uno desee; pensamientos, emociones, ideas. Se trata de hacer autoconsciencia de encontrar en el silencio cosas que decir y no reducirnos al sonido de un piano, un violín o un cello.

  La obra de Cage trasciende, no se queda en 1952. El silencio es una idea, y la música a pesar de ser movimiento se transforma al ser escuchada. Pienso la obra de Cage como una posibilidad que, así como su forma de componer, deja totalmente al azar su interpretación. El significado se extiende como una red de fractales y entonces todo dependerá del escucha. Nuestra sociedad actual comparte una interminable incertidumbre. Incertidumbre por no saber qué va a pasar, por no entender qué pasa. 4’33″ puede reflejar también la zozobra que nos dejan los más de siete mil feminicidios ocurridos en los últimos cinco años, o las cifras tan altas de pobreza y racismo en las zonas más vulnerables del país, por ejemplo.

  Podríamos continuar con una lista muy larga, pero al final siempre será diferente porque cada día pasará algo que sea peor o mejor. Y seguiremos escuchando lo mismo: la cantidad de desaparecidos, muertes, corrupción. Lo que queda al final, es encontrar un nuevo acontecimiento en el silencio, en el movimiento, en la música en sí misma.

 

(1) Cage, John. Silence

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