Helarte de vivir

#fitness #gymlife #blessed

/ por Beatricia Braque/

 
 

Las varillas que se salen del bra y encuentran la forma de clavarse en el corazón, a cada paso, nos recuerdan que estamos vivas. Incómodas, pero vivas. Y tampoco es como que vamos a tirar ese bra, porque como somos listillas empujamos esa varilla lo más que se puede y rezamos porque no se siga asomando. Pero se sigue asomando.

¿Y a qué viene esto al caso? En que nos acostumbramos a las cosas incómodas. Mientras escribo esto trato por enésima vez de volver a meter esa maldita varilla. Llevo días así. Y me lo vuelvo a poner porque estoy un poco acostumbrada a la incomodidad. Desde el momento en que comencé a depilarme las piernas y los brazos. ¿Los brazos? Sí, mis brazos de Tarzán, o por lo menos eso me decían. También intenté decolorarlos por un tiempo. ¿Saben lo que pica tener peróxido en el brazo? Otra indeseable herencia de mi padre, quien además solía decirme, “un día me lo vas a agradecer, no te van a picar los mosquitos”. Y sí, pero no. Bueno, ahora ya no me importa.

Creo que incluso he llegado a disfrutar estar incómoda. Caminar en tacones, tener ampollas que se revientan y sangran purifica el alma. Supongo. O usar skinny jeans que aprisionan los muslos, quienes, en una batalla épica por liberarse, terminan rompiendo los pantalones solo de esa parte. Claro, hay de incomodidades a incomodidades, de dolores a dolores, y de traumas a traumas. Cómo el hecho de estar convencida, como yo lo estoy, de que como mis piernas son gordas necesito de los tacones forzosamente cuando salgo para no verme desproporcionada. Y de las fajas cuando uso vestido. Porque no hay mejor flagelo que una ajustadísima licra que constriñe todo aquello que es propenso a desbordarse, desde la mitad de la pierna hasta poco debajo del busto.

Si no duele, no sirve, porque nuestra función es ocultar. Ocultar que estamos incómodas, que estamos hartas, que tenemos celulitis y estrías, ocultar que menstruamos y, a veces, ocultar nuestra propia existencia guardando silencio. Porque qué mejor forma de invisibilizar a alguien que no permitirle tener una voz propia. Ni una imagen propia. Porque no nos vestimos como queremos, nos vestimos para agradar. Y lo que más odio es que a pesar de que lo sé, no lo puedo evitar, quiero verme “bien”. Claro que me encantaría cortarme el cabello y ponerme pantalones y camisetas guangas, y zapatos CÓMODOS Y FEOS. Debe ser lindo, existir de forma tan relajada. Amo el #bodypositivity con toda mi alma, pero no lo puedo aplicar a mí misma. Porque como parte de este ocultamiento intentamos reducirnos.

Pasé muchos meses sintiéndome gorda, fea e insatisfecha con mi vida. Ahora que bajé de peso me siento pasable, pero son las contradicciones las que me tienen insatisfecha. ¿Por qué, si aplaudo tanto a las mujeres que son capaces de subir sus fotos sin retocar, no soy capaz siquiera de medirme un traje de baño sin llorar en los probadores? Sin juzgarme durante horas frente a 3 espejos. Y sí, el capitalismo nos hace sentir insatisfechas con nuestro cuerpo para vendernos cosas que no necesitamos, como los 4500 pesos que pagué por un detox para bajar 5 kilos y “sentirme bien”, y ser “fitness”.

Fui anoréxica durante un tiempo. Y todo mundo me decía que me veía muy bien, claro, sin poner atención a mi cara descolorida y demacrada. Y realmente lo que hacía era empastillarme para estar dormida todo el día y si acaso levantarme para comerme una quesadilla. O una albóndiga que la señora del aseo traía a escondidas de su otro trabajo para darme. Porque estaba harta de no haber conquistado la capital como esperaba, de sentirme sola en medio de tanta gente. Regresé a mi tierra derrotada. Traté de ser más dura, más “viva”, y fallé.

Y ahora, estoy tratando de ser más “sana” pero contemplo con anhelo aquellos pantalones azules que usaba en mi anterior vida capitalina y que jamás volverán a quedarme y no puedo deshacerme de ellos. Y me pongo mi choker, que me hace sentir como si fuera un perro amaestrado, que con el simple hecho de tener una correa sabe que no es libre. Aunque al pasar de las horas esa incomodidad se entumece, queda solo como un recordatorio.

 
 

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