/ por Paula S. Hernández Gándara /
Cada primer viernes de mes, y domingos. Sacrificio impetratorio en overol guinda, que desgasta el lustre de los zapatos pulidos, y no deja encorvarse. Rectitud hecha valor, dispuesta al exordio.
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Religare o re-legere, para Julio César y Tito Livio: expresión de un temor. Temor mórbido, que carcome; impropio del ser, concernido de la muerte. De natura deorum para Cicerón: re-lectura del culto como muestra de interés [obligatorio]. Más bien religados, como Lactancio, a un vínculo forzado.
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en donde la relación con el Padre no es el problema, sino con la madre. Atenta a la liturgia, al qué dirán. Que en un pueblo tan pequeño solo caben sacerdotes y feligreses. Pero la edad apremia y el pueblo se queda chico para el padre y la hija. Entonces la madre permanece en la homilía; el padre se niega a repetir “Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo et sanabitur anima mea”; y la hija ya no está con ellos, aunque cerca del padre, del Padre
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El dogma, impuesto en la niñez, se tambalea, deja de ser innegable. Se piensa ahora como freno: doctrina ambigua al servicio de quien tiene poder; prestada al mejor pago; a quien viste mejor.
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en cuanto que el rito la determina, pensada como «fiera doméstica, lujuriosa y pecadora de nacimiento, a quien hay que someter con el palo y conducir con el “freno de la religión”». Someter, obligar: confundirla en el proceso
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Yugo inquisidor que se comprende como universal. Rama ungida que marca para vivir en comunión desconocida. Nos rige: primero, participar; segundo, confesar; tercero, comulgar; cuarto, ayunar; último, ayudar.
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da el tirón en el juicio y trata de conciliar las doctrinas. Adolece y el cuerpo es reliquia: ojos solo deben ver el altar, oídos escuchar el sermón, labios besar el Grial. El resto es tabú. Y se vuelve extraña a sí misma
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Sincretismo impensado que lleva al desequilibrio, que lucha por resolverse pero permanece ahí, en vaivén ligeramente tronado o en apacible tronada.
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Tronada la religión, tronada ella, trastornada. Búsqueda de identidad, pérdida.
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Tabú resuelto en fulgor nocturno, en falta y desliz. Cuerpo sin toca, tocado.
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Determinismo femenino que en lugar de proteger, tienta. La oveja se descarría; la hija es pródiga; el roce del overol, del Otro, se convierte sarna. Sierpe amiga, falsa, cierta. Farisea ella, la hija.
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miembros extraños, desposeídos del espíritu. Paz caótica en el refugio familiar que engaña y al que asusta volver. Reliquia quebrantada, hecha carne; que la conciencia ya no reconoce pero pretende tener, engañándose hasta callar enojo, rencor, vicio, debilidad. Hasta volver los ojos y apartar el fallo. Dejar de atender al llanto
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En la miseria del sentir, el temor propio. Temor sano y cauteloso hacia una: sortea yerros y respeta La palabra, ya no por miedo o castigo. Conciliación de convicciones discretas.
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Pero la madre sigue ahí, re leyendo, religada. Y como una vuelta a ella se retorna al credo: profesar sin confesar. Tradición aferrada a esta tierra.
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Elude enunciarse por hipocresía comunal, apocamiento del qué dirán: la hija de P… ya no cree. No lo creo. Ahora es creyente. ¿Tú crees? Ya no dice El credo.
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muda creencias, apuesta a la fiabilidad de la revelación ahora inherente. Albedrío desvelado en la distancia; velado en culto
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Se pierden los viernes, y cada domingo, en paralelo al suyo, escucha el susurro final: “Ite, missa est”. Mientras danza y se divide entre lo que es aquí, y el hábito desgarrado que dejó en la distancia.
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