Voluta desdibujada

Un feroz antídoto contra la necedad

/por Alan García Ortega/

 

El formato de los talk shows, antes entretenimiento excepcional, se ha convertido en programación habitual. Esto no significa que haya perdido su efectividad, y en este siglo hemos tenido al menos dos presentadores con el encanto –o casi– de Johnny Carson: Craig Ferguson y Graham Norton. Uno de los mayores problemas es la falta de variedad. Aunque hay muchos conductores (alrededor de diez tan solo en Estados Unidos), el contenido es similar incluso en los monólogos, donde el programa, se supone, deja ver su identidad. La mayoría tiene la misma estructura, habla de los mismos temas y cuenta los mismos chistes. Bajo estas condiciones no puede existir, por ejemplo, una reencarnación de Carnac the Magnificent: algo absurdo, ficticio y ecléctico ante los conflictos sociales.

 

          Por otro lado, tienen un problema estilístico: hay muchos invitados y distribuyen mal  el tiempo.

 

        Vamos con Dick Cavett. Él es, en mi opinión, uno de los mejores entrevistadores en la historia de la televisión. Muchos lo han visto aunque no lo conozcan: es el conductor durante esa escena en que “That nice young man from England” (John Lennon) habla con Forrest Gump. Alguna vez leí que es el hombre más interesante del mundo y no lo dudaría. Entrevistó a Janis Joplin tres meses antes de que ésta muriera, en su última aparición televisiva y en una época donde incluso las estrellas de rock más importantes eran ignoradas; Katharine Hepburn decidió, cuando comenzaba a ser una figura más pública, salir en el programa para una conversación de más de dos horas; él mismo cuenta que una tarde, mientras cenaba con Marlon Brando, una fan se les insinuó y habrían tenido un trío de no ser porque Cavett prefería acabar su sopa.

 

          Tenía la reputación de un intelectual y, aunque empezó en horario vespertino, pronto lo movieron al nocturno porque su estilo era muy “sofisticado”. En los 70, Johnny Carson lo consideraba su única competencia, pues aunque era transmitido por cadenas más pequeñas que la NBC, The Dick Cavett Show se mantuvo al aire más tiempo que otros programas. Su formato era el que ya conocemos, ese que empieza con un monólogo y termina con una presentación musical o de stand up. Pero su fuerte, y la razón por la que llegó a recibir elogios de Bette Davis, Orson Welles y George Carlin, era la entrevista. Los monólogos de Cavett se caracterizaban por ser relativamente cortos y, al terminarlos, presentaba a su invitado y pasaba el resto de la hora hablando con él, a veces incorporando a más gente.

 

          Para ponerlo en perspectiva, voy a usar a mi comediante favorito, Conan O’Brien como referencia. Hasta la temporada más reciente de Conan, todos sus programas seguían la misma estructura, además del sketch ocasional y los ya famosos remotes. Esto, por sí solo, le quita mucho tiempo a la conversación, y se intensifica cuando tomamos en cuenta a las tres celebridades que tenía por episodio, hablándole individualmente a cada una. En otras palabras: tres entrevistas separadas, más un monólogo, un sketch, presentación musical y comerciales. Ni siquiera el nuevo formato, con un solo invitado, se salva del resultado, pues lo redujeron a media hora. Además, sus entrevistas suelen estar planeadas con antelación. No escriben un guión, pero repasan los temas que van a tratar y más o menos qué van a decir al respecto. Las entrevistas, pues, son eso, entrevistas. El invitado sale, cuenta un par de historias chistosas, promociona su serie, libro o película, y se va.

 

          Hay excepciones, claro, y de vez en cuando aparece alguien que, sin avisar, prefiere la espontaneidad. Pero con Dick Cavett esas excepciones eran más bien la norma. Sus preguntas rebasaban la aparente superficialidad de las celebridades. Quizá obligado por la duración de cada episodio, hablaba con varios artistas –o profesionistas de cualquier tipo– sobre los aspectos técnicos de su trabajo. Esta espontaneidad significaba, sin embargo, que las entrevistas podían ser incómodas si alguna de las dos partes no estaba dispuesta. De cualquier forma, cuando resultaba, salían cosas como la reflexión de Roman Polanski sobre su niñez en el gueto de Cracovia, o la conversación con Dick Van Dyke sobre su alcoholismo. Cavett no se apuraba, dejaba que todo se desenvolviera con naturalidad y solía adaptarse al rumbo que tomara su invitado.

 

          Por último, un problema de necedad: hay poca variedad de ideas.

 

          Es raro que los talk shows se alejen completamente de la política. A fin de cuentas, uno de sus elementos más comunes es la sátira, como es el caso de Stephen Colbert. Como alguien que obtuvo notoriedad en el Daily Show de Jon Stewart, no sorprende que desde el principio se enfocara en los conflictos que ya son parte de la identidad estadounidense. Pero desde que tomó el Late Show, estos temas ocupan cada vez más espacio; tanto, que ya no sólo son la base de sus monólogos, sino de varias entrevistas. Sus invitados parecen tener, casi como un requisito, las mismas opiniones que él. Aunque alguna vez en 2015 habló con Donald Trump, la idea de que se volviera presidente seguía siendo un absurdo. En favor, quizá, de algo más digerible, intenta evitar desacuerdos y cualquier tipo de confrontación.

 

          Dick Cavett, aunque se centraba en el mundo del espectáculo, hablaba con especialistas en otros campos y, por lo tanto, había una mayor variedad de temas y puntos de vista. Uno de los casos más famosos, a luz de las protestas que se desataron en junio, es la discusión entre James Baldwin y Paul Weiss sobre la verdadera gravedad del racismo en Estados Unidos. Cavett se mantiene en silencio casi todo el tiempo, interrumpiendo sólo para ir a comerciales o darle la palabra a alguien más.

 

        Su programa incentivaba el debate, y en YouTube todos parecen darle el crédito a que la gente era más civilizada en esos años. Pero no creo que sea el caso, no en medio de la guerra de Vietnam y en plena tensión con la Unión Soviética. El diálogo, el buen diálogo, muchas veces necesita un moderador, y él sabía interpretar ese papel mejor que cualquier otro. Sí, tomaba un partido durante todas las discusiones y había veces en que lo hacía muy explícito; pero lograba controlarse, se reía de sí mismo y dejaba que otros se tomaran el tiempo para hablar. Y es que el problema nunca ha sido de parcialidad, sino de imposición.

 

          Hoy en día, ver The Dick Cavett Show es una lección de humildad y empatía. En una época donde la atracción principal de la televisión son los ataques directos, donde los monólogos y las entrevistas muchas veces tienen un fin partidista, no está de más repasar lo que implica hablar con alguien: un intercambio de ideas. Y para que funcione, no hay que descartar, incluso con la firmeza necesaria para defender nuestra opinión, la posibilidad de que seamos los idiotas de la conversación. Es decir, dejar atrás el estilo de Colbert o Tucker Carlson, tan siquiera para darnos un respiro y volver a lo básico: la comunicación ininterrumpida, indiferente, desafiante para nosotros mismos, sin la intención de humillar o validar. Quizá ahí esté la forma de enmendar un error o componer una relación dañada, en un sillón y alrededor de una mesa; no en la burla, pues sólo es un paliativo.

 

Algunas cosas suyas:

Dick Van Dyke habla de su alcoholismo (1974): youtube.com/watch?v=XawJPRjKQvQ

Debate entre James Baldwin y Paul Weiss (1969): youtube.com/watch?v=hzH5IDnLaBA

Roman Polanski y su infancia en el gueto de Cracovia (1971): youtube.com/watch?v=F1pPzHwZyxk

Programa con Marlon Brando (1973): youtube.com/watch?v=uU-4wmwc2Rw

Orson Welles habla de sus encuentros con Hitler y Churchill (1970): youtube.com/watch?v=G_PUUHLknDI

 

 

Imagen tomada de Internet.

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