Analectas

Sexo puerco, sucio: Calle 13 y la poesía subversiva

/ por Sergio Zepeda de Alba /

 

Condenar algo porque la masa lo admira

es tan esencialmente vulgar

como admirarlo porque la masa lo admira

William Hazlitt

.

 

Más vale decirlo de entrada: esto que escucho es poesía, a fuego: el verdadero genio de Calle 13 no reside en sus letras de conciencia social (signifique esto lo que signifique), sino en la poesía erótica que despliega. El carácter burlón y humorístico de muchas de las canciones del grupo es el mismo que aparece en los mejores versos eróticos de la historia de la literatura.

 

quiso la polla entrar en el nido:

¿cómo podría fallar en aquel peludo?

me hundo en su tortilla como un buzo

aunque tenga mucho pelo como sobaco ruso

 

En la batalla de estilo, los versos de «La tripleta» no desmerecen frente a los zéjeles de Ibn Quzman, en los cuales se encuentra, también, uno de los lugares más comunes de la tradición lírica: en José Zorrilla o Lord Byron, sí, pero también en Tego Calderón y en Daddy Yankee. El tema del Don Juan o, lo que es lo mismo, «yo soy un chingón y la tengo bien grande», aparece una y otra vez a lo largo de los siglos y lo encontramos lo mismo en la poesía de Quzman que en una de las obras maestras del erotismo de los Siglos de Oro, el Jardín de Venus:

 

Soy el hombre más fuerte,

y recio para el desdén:

si el amor cuece a algunos,

yo me lo como crudo.

Ninguna mujer hay que yo no quiera,

a todas amo y soy aficionado;

de toda suerte condición y estado

todas las amo y quiero a su manera

En el fondo, no es algo muy distante de esto:

Llegó el que se enrolla y se desenrolla

el ingeniero del sexo, Mr. Destroyer

el señor sausage, el que te alegra la noche,

el que cierra cualquier episodio con broche, de oro,

el que te pone los cuernos de toro…

 

El Residente como un Don Juan, de San Juan. La canción de Calle 13 que acabo de citar es un reguetón suave, para bailar despacio (bien pegao, como bachata), pero también es algo más. En ese erotismo, presente sobre todo en Calle 13Residente o Visitante y Los de atrás vienen conmigo, se encuentra el espíritu revolucionario de Calle 13. Ahí, y no en las letras de Entren los que quieran o de MultiViral está el lado más interesante de la agrupación. Desobediente, polémico, provocador en forma y fondo (profundo, mamita, esto es pa’ ti).

    De alguna manera, pienso, tiene que ver con lo que Octavio Paz identificó en ciertos poetas latinos y que llamó «la prehistoria del amor». Según Paz, la actitud de Propercio, Tibulo y el resto de los epigramistas latinos era un desafío a la sociedad, algo así como el antecedente de lo que hoy llamaríamos “desobediencia civil”. Al cantar el sexo sublimado en amor, los poetas latinos desafiaban las convenciones. Propercio prefiere cantarle a Cintia que a los ejércitos; Catulo se obsesiona con Lesbia y se interesa poco por las cuestiones políticas. Para la sociedad que acabaría creando el Corpus Iuris Civilis, abandonar los cantos políticos y militares, preferir el sexo a la gloria, debió de ser toda una revelación.

     Y ahí, justo en esa elección, yace el valor imaginativo de Calle 13. El clásico reguetón lleno de letrillas eróticas ya tiene de suyo una carga de rebeldía1. Pero esa subversión es aún más extrema cuando, en forma similar a los poetas latinos que eligieron el epigrama en lugar de la epopeya, el género de Wisin y Yandel se usa intencionalmente como forma poética. El mismo René Pérez Joglar ha señalado, en una entrevista con el Diario El Nuevo Día que en sus inicios escogieron usar el reguetón como materia artística para incrementar el interés por las cuestiones sociales.

Eduardo, el Visitante, no quería trabajar con reguetón, yo lo convencí diciéndole que podía coger este género y cambiarlo. Siempre en la cabeza estaba que había que hacerlo para poder llegarle a la gente, no para vender, era para poder comunicarse con la gente aquí, que era el primer proceso que teníamos que pasar.

        Calle 13 tenía una estrategia, que funciona no porque se trate de un género ahora comercial (o sí, pero sólo en parte), sino por la misma razón por la cual funcionan los epigramas latinos. Se trata de poesía, y la auténtica poesía abre el lenguaje, abre un mundo de posibilidades que nos lleva, de alguna manera, a cuestionar. ¿Qué es esto que se desenvuelve ante mí, qué este extraño lenguaje? ¿Qué hay detrás de estas imágenes (de esta ¿sintaxis?), de estos giros de la palabra? ¿Por qué estavisión de la realidad en esta escritura? ¿Por qué Tibulo elige hablar así sobre las horripilantes amigas de Fabula? ¿Por qué comenta su fealdad, en lugar de elogiar en un poema los ejércitos de la poderosa Roma? ¿Por qué Calle 13, en esta canción, elige estas palabras y este reguetón?

       Por eso, paradójicamente, entre más reguetonera y comercial es la canción, resulta más rebelde. Entre más explícitamente rebelde más, sosa, menos revolucionaria (pienso, por ejemplo, en «Latinoamérica», o en la más reciente «MultiViral», que utilizan los tópicos más comunes del arte «comprometido»). Los mejores hallazgos, los versos más políticamente incorrectos, los más subversivos, se encuentran en los grandes éxitos del grupo. Decir que algo «va a explotar como palestino», como se escucha en «Atrévete te te», por ejemplo. O cantar en un estadio, ante decenas de miles de personas, que algo es real «como tener sexo sin condón», para seguir. Ese verso, lanzado así, revienta uno de los grandes tabús sexuales de nuestros días: toda una revelación del amor en los tiempos del VIH (o todo un elogio de la irresponsabilidad, según se vea).

    Con todo, encuentro en MultiViral, el álbum más reciente, un par de excepciones. La más notable de ellas, «El aguante». Ahí se incorpora un sentido del humor fantástico, y a través de repeticiones y dobles sentidos se crea un ambiente festivo, de exceso, que atenúa el discurso de otra manera conservador. Lenguaje que podría ser simple propaganda, una simple forma de enviar un mensaje se transforma en algo más. No se trata solamente de una borrachera o de meras consignas sociales con toda su cursilería lugar común: este escenario es un auténtico carnaval. Los clichés de la poesía «social» pasan a segundo plano, y así, el discurso autoritario se combate en otro nivel, con una nueva perspectiva del lenguaje, con materia poética subversiva. En el contexto de la fiesta, mientras se deslizan trivialidades como que «aguantamos todo el tiempo las ganas de ir al baño» o que «cuando nadas bajo el agua aguantas la respiración», una frase como «aguantamos muchas guerras, la de Vietnam, la Guerra Fría, la Guerra de los Cien Años, la Guerra de los Seis Días» deja de ser una simple consigna. La realidad se cuela por los intersticios entre la estructura lúdica de la canción y nos sorprende. «Aguantamos el mal clima…» y entonces… ¡Pum!: «¡aguantamos Nagasaki, aguantamos Hiroshima!»

     Con todo, hay otras letras en apariencia apolíticas que llevan la subversión incluso más allá. En ciertos pasajes de «Mala Suerte con el 13», esa obra maestra, desaparecen las metáforas culinarias típicas de la poesía erótica y entran en juego, una y otra vez, los fluidos corporales. George Bataille y el Marqués de Sade en la casa:

 

Oye flaca, este sudaca quiere tener sexo con caca,

kinky, peludo, como Chewbacca,

quiere tener sexo puerco, sucio, como de inodoro.

Oríname en el pecho, te lo juro que yo te enamoro,

mi tesoro…

 

Así, aunque escandalice a cierto sector biempensante de la crítica literaria.

En un artículo publicado en 2011 en la revista Replicante, Joaquín Peón Íñiguez se quejaba de la falta de caballerosidad (sí, así) de Calle 13. Se preguntaba qué haría una de las fanáticas del Residente si en algún bar, cualquier bar, cierto tipo feo se le acercara y le dijera al oído:

 

Yo sé que tú quieres chuparme las quenepas,

aunque no sean de Ponce.

No importa que no sean ni de oro,

ni de plata, ni de bronce,

lo que sé es que te gusta el roce,

también sé que te gusta mi elefante como tose.

 

Yo creo que el verdadero asunto, lo que realmente le puede a Peón, no es la «vulgaridad», hay otros exponentes de música urbana que entran en esa categoría. Tengo la impresión de que le molestan más las rimas fáciles y las imágenes en apariencia aleatorias de esos versos. No puede ver que en ese salto de humorosas imágenes inconexas hay cierto valor poético. Lo mismo le pasa a un mucho más lúcido y ácido Juan Esteban Constaín. En una fantástica diatriba, el colombiano se quejaba con gran ironía del mensaje poco profundo en las letras del Residente. «Sé también», escribía Constaín,

 

que algún día voy a perder la batalla, ay, y entonces acabaré así, bailando y cantando esas retahílas puertorriqueñas en las que las palabras y la música y la melodía y la armonía, siempre iguales, pero siempre, se atropellan y se estrellan y hacen que una cantidad de incautos y de buenas almas de Dios, vidas mías, crean que son rebeldes y terribles, que desafían al sistema y al capitalismo, que ponen sal en las venas abiertas de América Latina. Gritaré “atrévete, te, te, te, deja el show, súbete la minifalda…”, moviendo mis manos hacia adelante, medio agachado, con cara lujuriosa y festiva, y luego muy severa, que el mensaje es profundo.

 

Pero resulta que Constaín también lamenta en esa diatriba el exceso de corrección política que corroe y embrutece al mundo contemporáneo. Pues bien, falta de corrección política es lo que tienen de sobra los grandes éxitos de Calle 13: los giros incongruentes, el flujo de conciencia, el humor negro y el erotismo son recursos, lo sabían los surrealistas, que liberan el lenguaje de su carga mimética2 sea: en la lírica de René Pérez Joglar, el culo reguetonero ya no es un culo, y puede convertirse en un pan calientito (de panadero), en un cojín, en un budín que tiembla (tin tin), un par de aguacates, una cajuela, y hasta en una joya de 14 kilates.

      Jadeos, gritos, posturas varias. Cinco minutos de misionero. Cuatro minutos con ella arriba. Dos más de chivito en precipicio. Un poco de sexo oral y un poco de acción anal. Dos (o tres) cuerpos perfectamente depilados coreografían una escena de sexo en la cama o en el sillón de la sala. Para muchos y muchas en mi generación, eso es buen sexo.

      Estoy convencido de que se pierde mucho cada vez que un par (o una tercia) de primerizos imita lo que ven en los videos pornográficos (ya sea los profesionales, los semiprofesionales o los caseros). Esa transformación de los impulsos eróticos en algo cuantificable, perfectible a través de una serie de patrones y técnicas, nos empobrece. El eros, ese demonio, «no acepta el tiempo del reloj ni los horarios de trabajo de nueve a cinco, ni la producción en serie, hechos a los cuales estamos entregados como si fuéramos robots».3 El eros no cuadra con ciertos fetiches de nuestro sistema económico, no cuadra con nuestra obsesión por los números y los términos en inglés: benchmarkbig datacuantified self. Quizá no sea casualidad la hipersexualización de nuestras relaciones sentimentales. Nos enfocamos en el número de parejas, o en la cantidad de veces por semana que cogemos, pero faltan el gesto gratuito y el goce auténtico: la «sutil utilidad de lo inútil».4

     En el actual sistema, el lado reguetonero de Calle 13 tiende a desestimarse como si se tratara de un chiste sin importancia, y no con el serio humor que le corresponde pues el eros es política, política libertaria. El amor influye en la polis, en tu ciudad, porque afecta las relaciones entre quienes viven en ella.

    Me fascina que el erotismo de Calle 13 se aleje del sexo mecánico («mi amor, vamos a olernos la narices», ¿hay un verso más intimista que ese?) y que retrate, más bien, ese movimiento que consiste en abrirse ante el abismo, ante la posibilidad de enamorase locamente del otro, de la otra, y que todo se vaya al carajo. Pienso, por ejemplo, en la letra de «Esto con eso»: la mujer poseída, el papel de la mirada, el olor a piel y sudor, un cantito del cuerpo desnudo, y hasta un bataillesco callo en el dedo gordo del pie, ese apéndice clave de la baja seducción. Como Bataille explicó en su famoso ensayo, se trata de la transgresión de ver algo que aun si es bello evoca nuestra bajeza. «Hemos pisado el lodo con nuestros pies», glosa con prosa envidiable Margo Glantz, «que se ensucian y deforman, se tuercen, se agrietan. Moriremos y eso nos fascina y nos repele. No somos robots, estamos vivos».

    En ese mismo sentido me gusta interpretar «Tal para cual». Aparece el deseo a través de las típicas metáforas gastronómicas de la tradición erótica, («tú eres un dulce de leche, con caramelo / flan de coco y jugo de pomelo»), otro pie bataillesco y hasta la masturbación en plena pista de baile (o en pleno antro, pues). Estas canciones muestran una relación humana en toda su radicalidad. No el amor monógamo del que el último Octavio Paz y los poetas provenzales fueron tan devotos, sino el del baile y la fiesta, ese que no dura más de un par de canciones o, si bien nos va, una noche. Es el amor más libre del poeta romano Catulo, no el que profesa hacia a Lesbia, sino el que interpela a Ipistilla:

 

Por favor, mi dulce Ipsitilla

mi delicia, mi encanto

ordéname que vaya a hacer la siesta contigo,

y si lo ordenas ayúdame con esto:

que nadie cierre la hoja de la puerta

ni quieras irte afuera;

quédate en casa y prepárate

para nueve cogidas seguidas conmigo.

 

Por cierto, si vas a hacer algo, ordénamelo de inmediato,
pues después del almuerzo estoy acostado boca arriba
y, satisfecho, perforo la túnica y el manto.

 

Gastronomía, erotismo, poesía. Un trío memorable se revuelve en el epigrama de Catulo y aparece de nuevo en incontables ocasiones en nuestra tradición literaria. De hecho, algunos grandes exponentes del soneto satírico, como Francesco Berni y Ercole Bentivoglio, escribieron obras eróticas repletas de referencias gastronómicas. Una de las palabras que mejor describía el valor literario para los renacentistas tiene que ver con la comida: un soneto bueno era un soneto que tenía gusto; el artista era alguien con buongusto.

    El trío comida-sexo-poema se conservó por supuesto con el paso del soneto a la lengua española, cuya poesía, por su parte, ya contaba con una tradición erótico-gastronómica.

    Pienso, por ejemplo, en aquel pasaje del Libro de buen amor en que Trotaconventos busca convencer a Doña Endrina para que la visite. En dos ocasiones, al menos, habla de sexo como comida. «Buen manjar» y «buena merienda», escribe el Arcipreste de Hita, no sin antes usar un evidente doble sentido para referirse a lo que Doña Endrina encontrará en casa de Trotaconventos:

 

jugaredes e folgaredes e darvos he, ¡ay qué nuezes!

Nunca está mi tienda, sin fruta a las lozanas,

muchas peras e duraznos, ¡qué cidras e qué manzanas!

¡qué castañas, qué piñones e qué muchas avellanas!

 

Ese juego aparecerá más tarde también en la lírica popular. En un romance anónimo publicado entre 1587 y 1589, unas mujeres arrojan zanahorias, huevos y naranjas al Amor, mientras que en un villancico de la misma época se lee: «Que, como se meneaba / más se mostraban sabrosos, / dos mil gozos que me daba / como azúcares sabrosos».

    No es de extrañar, entonces, que en las letras del Residente esta costumbre vuelva a aparecer:

 

Tú y yo somos tal para cual, igual,
un empate, cacao con chocolate,
mantequilla de maní mezclao con cacahuate,
vitamina B8 y jugo de tomate.

Tú me gustas, como olor a tocineta,

Esto es amor del bueno como Romeo y Julieta,
en la discoteca tú eres una brava, un meneaito dulce,
un pastelillito de guayaba.

Tú eres un dulce de leche con caramelo,
flan de coco y jugo de pomelo,

caliente, pomelo caliente, sin hielo
para que no se enfríen mis dos gemelos.

 

Escribo este texto, en parte, como un intento de respuesta a artículos como el que escribió Mónica Maristain a propósito de una visita de Calle 13 a México, hace un par de años, y en el que se lee:

 

«…a juzgar por la reciente actuación del dúo en el Vive Latino, no cabe duda de que lo suyo es el reggaetón básico, poco evolucionado, sin sofisticación ni riesgo musical alguno, donde lo importante es lo que se dice más que cómo se formula dicho mensaje». Me gustaría pensar que la periodista y editora argentina se refería, más bien, a las canciones “sociales” del grupo, aquellas que llama, utilizando un término de Hugo García Michel, “reggaeton castrista”. Ese fronteo no va. Porque si hay algo por lo cual destaca la agrupación puertorriqueña es, precisamente, la forma de su mensaje, el género lírico que eligen para darse a conocer. Eso en lo que algunos no pueden ver más que un ritmo machacón y una retahíla de frases calenturientas es poesía erótica con todas las de la ley. No se me pongan picky, pues: llámenle poesía sexual si la palabra erótica les roza demasiado, por lo sublime.

 

Notas

1 Como ha señalado Wayne Marshall en «Dem Bow, Dembow, Dembo:

Translation and Translation in Raeggeton», el reguetón como género nace junto con los movimientos anticoloniales caribeños y como práctica cultural de resistencia entre las comunidades negras de Jamaica, Panamá y Puerto Rico y los migrantes de esos países en Nueva York.

2 Esto me lo robo, en parte, del magnífico ensayo de Frances Negrón-Muntaner Poesía de porquería: la lírica posreguetónica de Calle 13.

3 La frase la tomo del psicoanalista Rollo May, quien escribió un maravilloso libro sobre el papel que Eros (cada vez menos) juega en los individuos, y por ende, en la sociedad.

4 Ese algo hacia lo cual apunta Nuccio Ordine en su famoso manifiesto, parafraseando a un maestro japonés de la ceremonia del té.

 

*Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto. 

 

 

 

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