El heraldo de la lechuza

En un Ford Fiesta blanco… de cristal

/por Sofía León/

Sentada en un banquito, casi al ras del suelo, reviso mis compacts antes de decidir entre meterlos a la caja para donaciones o seguirlos llevando conmigo. Café Tacvba, Molotov y Control Machete sobresalen entre aquellos que ya eran una tradición en el mundo musical, como Yuri, Magneto y, por supuesto, Lucerito.

 

          ¡Vaya contraste entre el rock y la balada en español!  Ambos los disfrutaba mucho: unos por moda, por su ritmo o porque revolucionaron una era musical y rompieron con la censura y autocensura de aquellos momentos. Me imaginaba escuchando a las bandas más irreverentes en un Ford Fiesta blanco y cantando a todo volumen que el “mamón sufra”. Era catártico, era sano, sentía que algo en mí se liberaba al gritar esas canciones.

 

          Esos gritos de libertad se empezaron a dar a mediados de los noventas, cuando mis amigos y yo nos pedíamos prestados los discos y, si no nos alcanzaba, pues ni modo, los casetes; pero el chiste era darle con todas las cuerdas vocales.  También lo vivíamos en los antros, exclamando frases que no se podían decir en los medios públicos.

 

          Entre cajas y polvo de aquellos años, me puse a pensar “¿por qué nos era tan importante ese desahogo?” Tal vez por los tiempos que nos tocaron vivir, donde la palabra mariguana estaba prohibida en la televisión, pronunciar “palabrotas” era mal visto y la radio edit reinaba. Es decir, la intervención de radiodifusoras cuando una canción tenía una letra inapropiada para una sociedad vigilante de los buenos modales y valores.

 

          Desde mi Ford Fiesta blanco, resultaba increíble el hecho de que mi entorno se abriera a nuevas vivencias, hablar con mayor libertad de temas como la sexualidad y manifestarse sin tapujos. Sobre todo después de haber tenido la mordaza de hierro de empresas e instituciones dedicadas a la comunicación y a cuidar nuestras expresiones.

 

          Sentada en ese banquito, abro los folletines que venían dentro de los discos compactos y recuerdo cómo me emocionaba ver cuando incluían un poster de un lado, mientras que del otro estaban las letras. Ahora basta con buscarlas en Google y poner el nombre de la melodía seguido de “lyrics” para que aparezcan. No obstante, había algo especial en esos papeles. Al desplegar el álbum de Molotov ¿Dónde jugarán las niñas?, me pierdo entre las ilustraciones irreverentes de antaño y las canciones. Pareciera un mundo muy diferente: algunas de estas melodías ya están prohibidas por diversas razones; entre ellas, porque se consideran ofensivas hacia ciertos grupos minoritarios o porque en el maravilloso mundo de los eufemismos y lo políticamente correcto, no tienen cabida.

 

        Esta es una situación ambivalente debido a que se puede pensar que ahora somos un colectivo más consciente de la discriminación. De igual manera, en una época en donde hay una mayor intolerancia con respecto a lo que ser considerado como denigrante, estamos pagando un precio que puede resultar muy alto: nuestra libertad de expresión.

 

          Pareciera que el arduo trabajo de la Comunicación Educativa, que estudiaba la forma de crear conciencia sobre distintos temas a través de los medios, ha dado resultado: observamos con mayor interés el trato a la mujer, cuidamos el rol que ésta tiene en la sociedad y buscamos mayor respeto para la comunidad LGTBQ+. Sin embargo, la pregunta que me hago sobre ese mueble sucio es si el hecho de que haya una generación tan susceptible a un lenguaje “ofensivo” y a temas “delicados”, no equivale a tener una censura igual o peor a la que hubo en los 80’s y los 90’s; sólo que en esta ocasión no podemos culpar al gobierno, sino a la misma sociedad que nos miraría de arriba abajo si contradecimos lo políticamente correcto.

 

          Ante estos pensamientos, mi Ford Fiesta blanco se va haciendo cada vez más quebradizo. Está despostillado, solamente con mirarlo comienza a resquebrajarse. Yo le pido que no se vuelva de cristal, que no se rompa, pero, como si fuera el mundo de Fantasía de Ende, cada vez se derrumba más y más.

 

          Finalmente, el trueno que termina por destrozar mi vehículo es el enterarme que algunos cibernautas empezaron a pedir que se prohibiera ¿Dónde Jugarán las Niñas? y la polémica que generó el tema en redes sociales. Recojo sus fragmentos, los trato de pegar, pero no queda igual. Su reflejo ante la luz blanca da mil tonalidades, cual prisma de las ideas. La caja de las donaciones se cierra en completa oscuridad, mientras los colores reflejados se quedan conmigo.

 

 

 

Imagen tomada de Internet.

 

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