Oscurantismo XXI

La ayuda y su doble moral

/por Mayra Valencia Ponce/

 

En estos días de mayor permanencia en casa y del resurgimiento en el movimiento de liberación femenina, me asombró ver cómo seguimos construyendo nuevas formas para la violencia de género desde los hogares más urbanizados, en los que damos por hecho la emancipación de la mujer gracias a los movimientos del siglo XX1. Lo anterior porque al haber crecido en un ámbito donde la mujer y el hombre tienen la misma obligación en cuanto al trabajo remunerado y la participación social, cultural e incluso política; pensamos que nuestras interacciones en casa son un ejemplo de progreso. Sin embargo, el respeto, la igualdad y la equidad en favor de las mujeres continúan bajo la ejecución de condicionamientos culturales y morales de las sociedades que imperan en nuestro contexto.

 

          Dicha situación tiene como consecuencia que en las viviendas capitalinas se impongan varias metodologías educativas “progresistas” y de amparo a la violencia de género dentro del núcleo familiar, normalizando sistemas de relaciones y conductas que no exigen el cumplimiento igualitario de responsabilidades en la convivencia y el mantenimiento del hogar. Por ello, estoy en contra de la educación de “la ayuda en casa”, ya que es un modelo incapaz de enseñar que las tareas del hogar no son responsabilidad de una sola persona, ni exclusivas de la mujer.

 

          Una educación de “la ayuda” motiva que, al pedir la colaboración en quehaceres domésticos conforme a la voluntad del otro, se dejen las responsabilidades como algo opcional y no como una exigencia moral y cultural. Pues ayudar es una acción que, de acuerdo a la Real Academia Española, implica “hacer un esfuerzo (para el logro de algo)” o “Auxiliar”; es decir, una acción extra que se hace para apoyar a otro. Con lo cual, “la ayuda en casa” en favor de la mujer se convierte en una donación por parte del hombre para convivir y mantener un ambiente pacífico y en orden, cuando en realidad son deberes inexorables.

 

          Ahora bien, que estos últimos no puedan efectuarse como una acción de ayuda radica en la definición de deber según la RAE: “Tener obligación de corresponder a algo por la ley divina, natural o positiva” o “…a alguien en lo moral”. Por lo tanto, en primera instancia está que el deber, al ser una obligación, no puede estar sujeto a la petición de quienes han contraído un compromiso voluntario que los lleve a sujetarse a un determinado canon de leyes o estatutos para el cumplimiento de lo convenido2. En segundo lugar, son obligaciones naturales —por decirlo de manera sencilla— dado que, una vez que somos capaces de valernos por nosotros mismos, somos también competentes y responsables de hacer las tareas necesarias para fomentar un ambiente que nos proporcione una vida digna, sin importar el género. Por último, de acuerdo a los dos puntos anteriores, se trata de una responsabilidad recíproca, donde ni hombres ni mujeres quedamos exentos de cumplirla. Además, saber qué tratan nuestras responsabilidades contribuye a apropiarnos de lo que nos corresponde y anula la “ayuda”, al mismo tiempo que corrige la actitud y el pensamiento crédulo de que éstos son sólo de incumbencia femenina.

 

          En el año 2019, el Gobierno de la Ciudad de México lanzó la campaña #DateCuenta para concientizar a la sociedad capitalina sobre las prácticas normalizadas de violencia de género en diferentes momentos de la convivencia civil y familiar. En uno de los carteles de reeducación se leía la frase “Creer que es cosa de mujeres es violencia” debajo de la imagen de un hombre viendo el televisor y una mujer al fondo lavando los trastes.

    

          Esta escena fue el punto clave para darme cuenta de cómo las costumbres sociales proponen soluciones que apelan a la voluntad de querer cambiar o no nuestras creencias, en lugar de enfatizar el propósito de concientizarnos en el cumplimiento de nuestras responsabilidades. Ya que, como mencioné, esta campaña es en realidad una pedagogía moral y cultural que tiene su principio en los hogares de las grandes ciudades que se consideran más avanzados en cuanto a conductas anti tradicionalistas, pero que en sus hábitos cotidianos normaliza y fomenta la violencia de género a través de supuestas fórmulas educativas “progresistas” como “la ayuda en casa” que no proporciona un beneficio equitativo ni justo. 

 

[1]Bourdieu, P., La dominación masculina. Traducido por Joaquín Jordá. Barcelona: Editorial Anagrama, 2000. En este texto se puede profundizar más sobre los condicionamientos morales y culturales que dominan en la mente de las sociedades y sus razones de ser.

[2]Respecto a la relación de deber como obligación en este trabajo hay que tenerla entendida desde la definición proporcionada para la correspondencia obligada en la moral, donde sin que haya leyes o contratos judiciales de categoría judicial o civil, las personas se comprometen por su libre consentimiento a cumplir con los deberes derivados de las relaciones convivencia social que promueven al mismo tiempo el beneficio personal y el del bien común.

 

 

 

 

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