A través de mis lentes

Entre mezquites

/por athena/

 

Una barda de piedra marca la entrada a lo que un día fue un terreno sin barreras. Desde afuera no parece mucho, como si solo fuera un montón de mezquites que rodean una laguna que se seca cada año, pero lo cierto es que para mi familia y para mí es un lugar que guarda muchos recuerdos. Saliendo de la casa que solía ser de mis abuelos y siguiendo el camino pavimentado que atraviesa sembradíos de varias familias, se llega a una barda de piedra de cantera. Está en la esquina del camino que conduce a la ciudad y se llama Jaguëy porque eso es, un depósito artificial de agua en zonas con sequías prolongadas.

 

          Mis tíos me contaban que el Jagüey y los terrenos de sus alrededores eran del pueblo cuando había ejidos, y después de un tiempo el hacendado decidió darle esa parte a mi bisabuelo cuando estos se disolvieron. Él trabajaba lo más que podía para que sus tierras estuvieran en perfectas condiciones. La gente lo veía de un lado a otro con sus hijos y nietos; a caballo o en el tractor cuidando vacas, revisando sus sembradíos, arreglando alambres y varias cosas más. Cuidó de sus tierras durante toda su vida, asegurándose de que sus hijos cuidaran el Jagüey y sus terrenos después de su muerte. Mi abuelo y su hermano menor acordaron una frontera imaginaria justo a la mitad, la cual atravesaba mezquites, huizaches y agua. Mi abuelo le enseñó a sus hijos a trabajar y apreciar ese lugar para que después los nietos también lo pudiéramos disfrutar.

 

          Cada verano cuando la laguna tenía agua, mis tíos, mis primos y nosotros nos juntábamos ahí. Unos llevaban mesas, sillas o alcohol, y los demás las gorditas surtidas o los tamales de rojo para calentar en la lumbre; y claro que no podía faltar una bocina para poner música ranchera. Mis primos y yo corríamos entre los mezquites tratando de que la pelota de fútbol  o voleibol no se ponchara, mientras que los adultos platicaban y tomaban. Fue así muchos años, hasta el día en el que mi abuelo ya no estuvo con nosotros. El verano antes de que él falleciera, decidimos tomarnos fotos. Pusieron dos sillas junto al lago y mientras los demás decidían con qué celular tomar las fotos, mis abuelos se sentaron y se voltearon a ver con amor; tomé una fotografía hermosa con mi iPod, sin saber que sería su última foto juntos. Tomamos varias, una en donde sus hijos se pararon detrás de ellos, y otra  con los nietos y bisnietos que estaban presentes ese día.

 

          Los cuatro años que mi abuela siguió con nosotros después de la muerte de mi abuelo casi no visitamos el Jagüey, o por lo menos no como antes. Aprovechábamos a mi abuela en otros espacios, hasta que llegó su tiempo de reencontrarse con mi abuelo. Una de sus voluntades fue que el Jagüey se dividiera en dos, una parte para el hijo que continúo con la tradición agrícola y la otra para mi papá. La tierra ahora está fragmentada, pero el deseo de que se mantenga dentro de la familia prevalece.

 

         Lo primero que mi papá hizo con su pedazo de tierra fue empezar a plantar pinos y preparar el terreno para una casa. La idea  es hacer un camino de árboles grandes que llevarán  a una lomita entre mezquites, en donde habrá un hogar rústico y acogedor. Después construyó una pared de piedra en la parte que da hacia la carretera. También se ha dedicado a rescatar cosas llenas de historia como  la compuerta que estaba tapada por mezquites, hierbas y rocas. Era una estructura de piedra que controlaba el flujo de agua de la laguna a una pequeña acequia que atravesaba  el terreno. Le cortó los árboles secos, limpió los alrededores y podó los mezquites, ahora luce como antes.

 

          Mis primas y yo nos sentamos ahí a ver los árboles, platicar y admirar el paisaje que crecimos amando. Antes a mis primos mayores les tocaba cuidarnos, ahora nosotras cuidamos a los pequeños. Durante estos meses de cuarentena, que coincidieron con un descanso laboral, mi papá ha estado trabajando en hacer el Jagüey lo que siempre ha soñado. Acaba cansado, pero feliz de contarnos a mi mamá y a mí su progreso del día. Cada domingo por la mañana, vamos los tres con los perros a apreciar los cambios de la semana. No necesitaba decírnoslo, se le veía el orgullo en la mirada. Nadie le decía que tenía que hacer, la satisfacción de embellecer el espacio era suficiente para continuar. Ahora que ya volvió al trabajo, el Jagüey regresa a ser un lugar de vacaciones. Todavía no está acabado, sólo se alentará el proceso en lo que los pinos, árboles frutales, nogales y sauces llorones crecen, transformando el lugar en otro.

 

         De los que estábamos el día de la fotografía quedamos menos, pero han llegado y nacido más integrantes. Hay menos agua pero hay más mezquites. Los caballos que galopaban libres probablemente ya tengan dueño, al igual que las vacas que sueltan a pastar por ahí. Me llena de nostalgia recordar mi niñez junto a mi familia, en un lugar que luce muy diferente hoy, pero me emociona imaginar lo que será en unos años. Mi familia ha cambiado junto al Jagüey, para bien o para mal, y  aquí seguimos y seguiremos, haciendo días de campo entre mezquites.

 

 

 

Imagen: IG @write_my_stars

 

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