Analectas

De la distracción a la filia: Las series como parte de nuestra vida

/ por  Mariel Almazán Vázquez /

 

Desde que éramos pequeños la televisión nos sedujo: caricaturas animadas de ayer y hoy, los clásicos de súper héroes, “se me chispoteó”, “abuelito dime tú” y el fabuloso “¡Hola, enfermera!”. Diversidad de programas, uno tras otro, siempre marcados por un horario. Sabíamos que llegando de la escuela, o mientras comíamos, podíamos ver uno o dos programas de televisión. Pero también después de jugar, antes de dormir; en las mañanas los fines de semana, pequeños maratones animados. Sin embargo, ante todo sabíamos que cada actividad tenía su horario. La hora de escuela, de comida, de los programas de tv, e incluso una canción marcaba la hora de ir a dormir. Aceptábamos los horarios, porque nos funcionaban bien. Conforme fuimos creciendo, la hora de dormir se postergó. Dejamos las caricaturas y mudamos a otros programas. Nos adentramos a “mundos reales”, en donde nos encontramos con niños, luego jóvenes, viviendo historias ficcionales. Aprendiendo a vivir, Clarisa lo explica todo, Beverly Hills 90210, Xena: Princesa guerrera, etc. Estuvimos marcados por saltos entre canales: de la televisión abierta, al cable; de los dibujos animados, a los programas juveniles. De los programas diarios a la dosificación semanal de episodios. Siempre buscando algo que ver, tratando de distraernos un poco. Después de la escuela, tele y luego a nuestras actividades extracurriculares; terminando nuestras actividades, más tele y a dormir.

     Y es que, aunque la televisión ha existido desde los años 30, su impacto no había sido como el de unas décadas para acá; su popularización comenzó a mediados del siglo XX. En 1951, con el estreno de I love Lucy, se podría decir ocurre el nacimiento de las series de televisión. Programas de entretenimiento que mutaron entre las novelas de folletín del siglo XIX y las radionovelas; y por las que el público comenzó a sentirse muy cautivado. Tarde tras tarde familias compartían tiempo viendo la televisión: noticieros, programas deportivos, caricaturas, telenovelas y, finalmente, series. Todo esto surgió poco a poco, con la intención de distraer a las personas después de sus horas laborales, o quehaceres domésticos.

     De esta manera, la pequeña distracción fue formando parte de la vida de todo televidente, hasta convertirse en algo indispensable del día. Pero, sobre todo, más allá de la televisión, son los programas que se transmiten los que se han vuelto inevitables de ignorar. No podemos pasar por alto que esta es parte de nuestra historia. La de un tiempo destinado, concreto, para ver la televisión. Pero que, poco a poco, fue envolviendo a las personas, hasta envolvernos por completo a nosotros. Antes sin ignorar los quehaceres ni responsabilidades debido a las limitaciones de época, pero siempre tratando de encontrar tiempo para desconectarnos del mundo personal.

     Hemos encontrado en los canales, una transmisión continua, serie tras serie, que no nos deja salir del ciclo eterno de distracción. Y no solo eso, pues lo hemos complementado con la accesibilidad del internet. Plataformas digitales, de paga o de libre acceso, que nos permiten eliminar por completo los horarios con que crecimos. Borramos también el tiempo, pues no tenemos que esperar para ver las series que más nos gustan. Nos adentramos en una búsqueda desesperada por encontrar los capítulos semanales, si es posible, el mismo día en que salen en su país de origen.

     ¿Por qué lo hacemos?, ¿acaso está dentro de nuestro ADN?, ¿por qué nos dejamos seducir?, ¿por qué permitimos que nuestras barreras de tiempo e incluso espacio, se pierdan cuando nos conectamos a nuestras series?, ¿por qué, incluso, creamos vínculos con las historias y los personajes? Vemos series porque siempre lo hemos hecho. Tal vez, porque sentimos que es una tradición que no debemos de romper. Porque en cada capítulo estamos viviendo muchas vidas y porque si no las vemos una parte de nosotros va desapareciendo. O, desde otra perspectiva, vemos series porque nos desconectan de la realidad. Porque estamos tan cansados de nuestras vidas que preferimos refugiarnos en producciones ficticias. Suministramos una droga en cuarenta y cinco minutos, que ya no nos es suficiente. La historia nos va envolviendo, nos emociona. Nos perdemos en una pantalla sea cual sea su pulgada, enfocándonos en las realidades ficticias para aminorar la vida diaria.

     Así es como la eternidad de la distracción se ha convertido en algo más: filia. Se nos ha llamado con un nuevo término, “seriéfilos”, porque poco a poco esta práctica, que una vez fue inocente, ha ido tomando más de nuestro tiempo hasta llegar a un punto crítico. Gradualmente, esa hora se ha duplicado, triplicado, se ha vuelto días y hasta noches enteras. Incluso ha logrado que algunos cambiemos la manera de contar el tiempo. Ya no medimos las horas en lapsos de sesenta minutos, salvo que el formato lo requiera, sino de cuarenta y cinco. Pensamos la semana en relación con los capítulos estreno de las series que vemos. Pero lo más importante, es la división del año, las mejores cinco estaciones: Fall Premiere, Winter Finale, Midseason, Summer Premiere y Summer Finale.

     Y es que no solo es el consumo, no solamente es ver series por verlas. Son los lazos que hacemos con las series semanalmente, la crisis que tenemos al final de cada temporada y la ansiedad de esperar su regreso. Es la fraternidad que creamos con los personajes, los cuales se vuelven parte de nuestras vidas, como amigos que vemos cada semana, o menos. Y si cancelan una serie, o peor aun cuando llega a su fin, es vivir una devastación interna, es tratar de encontrar consuelo en otras, aunque pasen muchos episodios para conseguirlo.

     Lo interesante en todo esto, es cómo paulatinamente hemos transformado una actividad de distracción, es una dependencia. Y es que, ahí está el meollo del asunto. Nuestro problema es que muchas veces perdemos el control, nos mentimos diciendo que podemos manejar las situaciones, que solo es por despejar la mente; que es normal ver quince series diferentes a la semana, o terminar una temporada completa en una noche –hasta creemos que es un logro–. El problema con las series es que son accesibles, se van suministrando semana tras semana, que se puede pensar que, “total solo es un capítulo y ya”, sin darnos cuenta que claro, es un capítulo de una, pero entonces también está el de la otra, y la otra, y así hasta perder la noción de todos los capítulos que salen. Además, está el punto de que ya no hay horarios establecidos como en un inicio, de que no tenemos que esperar a una trasmisión por televisión, que a veces tarda más, si no que están ahí en internet, disponibles siempre que queramos. He ahí una combinación peligrosa. Una combinación que ha logrado que ver series sea nuestro pan de cada día, que si no las consumimos viene el vacío, la ansiedad. Porque son una manera para alejarnos de la realidad, transportándonos a narrativas visuales, buenas o malas, que nos permiten adentrarnos a mundos no reales, que si lo parecen.

 

 

*Foto tomada de internet. Todos los créditos correspondientes a la imagen que encabeza el texto.

 

 

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