Destruye lo que te destruye

Phone bad, book good

/por Paulina Meyer/

 

Desinstalé Instagram porque me empezó a asquear el tiempo que pasaba viendo a otras personas hacer cosas (o incluso, hacer nada). Recordé cuando en We need to talk about Kevin, Kevin dice: “you watch TV all night, or maybe you go out so you can watch a movie, and maybe you’ll get a phone call so you can tell your friends what you’ve been watching. And you know, it’s got so bad that I’ve started to notice, the people on TV? Inside the TV? Half the time they’re watching TV.” Cuando estaba leyendo Fahrenheit 451, subrayé la parte donde Clarisse le dice a Montag que una vez espió las conversaciones de personas ajenas y se dio cuenta de que no hablaban de nada. Platicaban, pero no comunicaban nada. Más tarde en la novela, Montag apaga el parlor, la televisión que abarca todas las paredes de la habitación. Su esposa Mildred y sus amigas se ponen ansiosas, ya que sus interacciones giraban en torno a ver y comentar sobre la gente en la pantalla. Parece que ambos libros sugieren que el hábito de pasar horas viendo la vida de otros es síntoma de una existencia vacía y entumecida. No obstante, esto parece ser la nueva norma de la posmodernidad.

 

          Una película que explora nuestra rarísima obsesión por ver a personas navegar su vida diaria a través de una pantalla (porque parece que si no hay una de por medio la cosa pierde su magia) es The Truman Show. En un set fabricado para imitar la epítome del small town american dream, se nos presenta la distópica historia de Truman, el primer ser humano adoptado por una compañía que crece dentro de un reality sin saberlo. Al sospechar su cautividad, trata de huir del pueblo que había sido construido con el único propósito de desarrollar su vida. Lo curioso es que parece que, a diferencia de Truman, nosotros buscamos (es más, rogamos) ser aprisionados por las cámaras para convertirnos en las estrellas de nuestros propios realities. Pedimos que se viole nuestra privacidad y que se juzguen nuestras decisiones. Todo con tal de tener una audiencia que nos recuerde que sí existimos y que lo que hacemos tiene un efecto.

 

          Hollywood está repleto de historias de personajes perfectamente mediocres que un día se topan con un incidente desencadenante y se sumergen en una aventura cuyo clímax termina con una audiencia aplaudiendo su catarsis. Son, en esencia, promesas de que cualquier godín puede llegar a ser un héroe o ente singular a través de la meritocracia. Stuart Hall argumenta que uno de los propósitos de la industria cultural es crear estos modelos de realización socioeconómica que, para la mayoría, son ideales inalcanzables cuyo verdadero propósito es convencer a la gente de que un trabajo en un cubículo (si tienes suerte) eventualmente traerá magníficos resultados llenos de nenas y yates. Sin embargo, la vida, incluso de los sectores privilegiados, se suele resumir en el naces, creces, le entregas tu alma al mundo corporativo que te explota a ti y al medio ambiente, te reproduces y mueres. Como un hámster que da vueltas en su rueda en perfecta monotonía hasta tener un paro cardíaco.

 

         Pero eso no lo tienen que saber tus seguidores de Instagram. Ahí puedes moldear tu realidad hasta que tu culo luzca como el de Kim Kardashian. Si posteas solo cuando vas a restaurantes caros o estando de vacaciones, parecerá que tienes el estilo de vida de una celebridad. Si llenas tu feed de fotos en donde tu pareja te da rosas y regalos, la gente asumirá que tienes una relación increíblemente amorosa, etc. etc. En fin, lo interesante es que puedes pretender excepcionalidad o privilegios envidiables, y la envidia alimenta el ego. Pero, ¿no es el equivalente a ponerle un filtro a una realidad insatisfactoria?, ¿no significa que asimilamos  los modelos de realización aún sabiendo que nunca podremos alcanzar el bienestar que la posmodernidad prometió? Si no, ¿por qué tenemos que demostrar que somos exitosos y felices de una manera tan convulsiva?

 

          Lo que más me ha llamado la atención de Instagram y otras plataformas es la capacidad que dan para crear narrativas. El hermano de mi novio perdió su cartera en una avenida principal y por medio de TikTok e historias de Instagram convirtió su babosada en una cómica y viral historia con principio, nudo y desenlace. Puedes usar eventos de tu vida como una ruptura amorosa y plasmarlo como una telenovela en YouTube. Y lo más probable es que, cuando estas cosas ocurrieron, no pasaron de manera perfectamente ordenada, lógica y causal. La vida humana suele ser mucho más caótica y varias veces no le vemos la razón de ser a ciertas cosas hasta años después. Nuestra existencia casi siempre es anti-catártica y mediocre. 

 

          Aun así, la capacidad que la tecnología da para la edición permite acomodar nuestras vivencias en estructuras parecidas al monomito de Joseph Campbell. No solo tenemos  satisfacción al encontrar lógica en nuestras peripecias, sino que nos sentimos importantes al compartirlas y recibir respuestas en likes y comentarios. Incluso, podemos imitar las aventuras de algunos héroes si nos ponemos creativos a la hora de filmar y crear nuestras propias películas taquilleras sin la necesidad de estar en Hollywood. Pero todo eso es una fabricación. Y finalmente, cuando regresemos al trabajo, solo seremos otra tuerca en la gran máquina. La gente verdaderamente excepcional será la que está en la punta de la pirámide, es decir, la que nació con el privilegio de serlo.

 

         ¿Mis soluciones? Apagar el teléfono un rato y tomar un libro. Sonaré muy boomer y muy ñoña, pero lo que me ha dado mi lugar en el cosmos no ha sido una religión ni una filosofía, sino cierta literatura que abrió mis ojos ante millones de posibilidades de existencia. Después de todo, para mí la verdadera trascendencia no está en cuántos seguidores de Insta tengas, sino en las ideas que expongas al mundo. Pero bueno, ya se imaginan el resto de mis conclusiones. Phone bad, book good, todo eso. 

 

 

 

Imagen tomada de internet

 

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Tags :#instagram#Likes#The Truman Show#Tiktok

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